Los cimientos del país continúan deteriorándose y, a efectos prácticos, poco se está haciendo para evitarlo. Y no me refiero solamente al deficiente trabajo llevado a cabo por el Gobierno, sino también a la desalentadora actividad de unos sindicatos imprecisos e inefectivos. Ni cuando la situación era menos grave, ni ahora, siendo el cariz más que oscuro, los sindicatos han podido orquestar un movimiento que no se base en la mera convocatoria de huelgas, cuyos efectos se han mostrado casi más limitados que nunca.
En una situación de extrema debilidad económica, sus huelgas únicamente han servido para atascar aún más las circunstancias, entorpecer la vida de muchos ciudadanos y ocasionar pérdidas que en absoluto ayudan al lastre que carga el país en su espalda. Cuando en un contexto como el actual la única solución o herramienta de trabajo para alcanzar dicha solución es la convocatoria de huelgas, es que se está haciendo algo mal.
La industria sindical cuenta, gracias a su estatus y su consiguiente influencia, con una innegable fuerza de primer orden dentro del mundo laboral, teniendo en sus manos muchas más opciones que convocar huelgas para poner en jaque a los que conducen el proceso conductivo. Lo interesante sería saber por qué no se atreven a envolver el problema desde dentro e insisten en hacerlo desde fuera, a pesar de saber que no es el mejor fin para los trabajadores a los que dicen defender. Si buscan fortalecer su imagen de cara a la sociedad, los sindicatos están consiguiendo justo lo contrario con esta exhibición constante, empeorando su ya demacrada imagen de cara a un ciudadano que en tiempos como los actuales prefiere métodos eficaces por encima de los ideológicos.
Bien es cierto que la red sindical aceptó, hace mucho, adecuar su doctrina a los nuevos tiempos para formar parte del poder; no obstante, insiste obsesivamente en ocultar la evolución de su corpus ideológico a la sociedad, tal vez con el objetivo de mostrar una radicalidad a favor de los trabajadores que los encandile. Radicalidad que, a juzgar por su modo de operar, no pasa de las meras palabras.
Tal vez en tiempos de bonanza los ciudadanos puedan malgastar su tiempo en el burgués entretenimiento ideológico, pero cuando la necesidad arrecia y el escenario tiraniza a sus actores, no hay a quien le interese la decoración. Los sindicatos parecen no haber comprendido a su público directo, enredándose en concepciones raquíticas que interesan a muy pocos, sobre todo en circunstancias como las que está viviendo el mundo hoy en día. Aquellos están olvidando que su principal objetivo es el de mejorar las condiciones y posibilidades de los trabajadores y de aquellos que quieren serlo, aunque ello signifique enorme esfuerzos que pueden llegar a repercutir en la integridad de los propios sindicatos. Al fin y al cabo, la existencia y supervivencia de estos se debe exclusivamente a la figura de los trabajadores, por lo que cualquier sacrificio en su beneficio siempre debería saber a poco, a no ser que subyazcan otros intereses menos magnánimos.