Por segundo año consecutivo, nos hemos reunido un grupo de niños-muchachos de los años sesenta del castizo barrio de la “Puntilla”. Pareciera que al cumplir años, algún mecanismo interior pusiera en marcha alguna ruedecilla dentada que comunicara con el alma de la cosas, y la nostalgia se liberara del corsé que el quehacer diario nos impone con extrema severidad…
En estos encuentros cada uno de nosotros desciende a sus orígenes, a la sencillez primigenia donde nuestra alma, virgen aún de oropeles y de vanidad, se muestra cercana a la pureza de los primeros años de su concepción…
La vida, con su martilleo constante, va tallando nuestro carácter, nuestro perfil, nuestra personalidad, al punto que algunos de nosotros apenas si nos parecemos a aquel chiquillo que un día fuimos, y hoy apenas si lo reconocemos en nosotros…
“Todo cambia, todo fluye”, como afirmaba Heráclito, pero es bueno, también, que algo permanezca inmutable, que no se mude, que no cambie al dictado caprichoso de la última moda que la Sociedad impone. Pareciera que ahora el tiempo lleva su carga de horas llenas de ansiedad… De una ansiedad que no nos deja descansar ni reposar lo que aprendemos, ni gozar de las cosas que vamos haciendo nuestras y van conformando nuestro modo de sentirlas…
Y qué podemos decirnos aquellos niños, que a día de hoy estamos próximos o ya hemos pasado la frontera de los sesenta… ¿Qué podemos decirnos?...
Y bien, deseamos decirnos muchas cosas, tantas cosas en tan poco tiempo: dos tres horas…Que, indudablemente, no hay tiempo para decirlas, ni siquiera para apuntarlas; y ahí se quedan en el tintero del olvido, prestas para ser recordadas en el próximo encuentro que, de seguro, volverán a quedar en el tintero…
Y caída ya la tarde, el taro, como un manto tenue, incorporal, blanquecino, sube desde el Chorillo y, al asalto, va escalando las “Murallas Reales del Ángulo”. Todo se encuentra algo desfigurado, como cuando se mira a través de los cristales golpeados por la lluvia. Nada parece real, ni siquiera la tosquedad y la dureza de las piedras de las Murallas, que al roce de la niebla del taro, pareciera que sólo estuviesen pintadas con los pinceles de algún mágico pintor. Definitivamente, las piedras de estas Murallas Reales, se señalan ingrávidas, sin peso, ausente de lo cotidiano, y rendida como una mujer enamorada a los pasados siglos…
Y en este entorno único, cargado de esos siglos, colmados por la blancura transparente de la niebla: Pedro Melgizo, Pepe Sevilla, Chari Bermúdez, Kico Pacheco, Paco Prietro(Potra), J.Antonio Ferrer, Guillemo Bermúdez, Maricarmen Melgizo, y el que suscribe, nos dispusimos a cenar en uno de los mesones donde nos ofrecen una sabrosa gastronomía…
Todos nos atropellamos con las palabras, con los ademanes, con el deseo de contar aquella pequeña historia recurrente; aquella anécdota graciosa que viene al pelo para ser contada cuantas veces se quiera; o, también de aquel personaje peculiar; o de aquel amigo que ya no se encuentra entre nosotros… Todos nos atropellamos, es cierto, porque queremos afirmar quiénes somos… Porque deseamos dejar nuestra pequeña huella en esta cita que el tiempo ha pactado con nosotros…Porque en esta encrucijada de diferentes caminos que el destino ha tenido a bien -avanzada ya la andadura-, entregarnos, nosotros, anhelamos desandar lo andado y soñar con aquellos juegos infantiles donde las horas transcurrían sin tiempo…
Y al cabo, pasan las horas que nos hemos dado… De madrugada vamos retirándonos y despidiéndonos con una cierta tristeza… ¡El año que viene, por estas fechas o por la Virgen de África, nos vemos de nuevo! ¡Si, naturalmente, nos veremos de nuevo…! Sin embargo, ¿qué nos deparará el año que viene? ¿Qué tormentas caerán sobre nuestras cabezas y qué sueños vendrán a reposar sobre nuestros corazones? ¡No lo sabemos, nadie lo sabe! La vida lleva su curso y va marcando nuestro camino. Es el verdadero milagro de la vida: “nunca sabemos la estación donde hemos de bajarnos”. La vida se antoja llena de incertidumbre; sin embargo, también se contempla, por esta misma incertidumbre, llena de una vitalidad indescriptible que nos hace que cada día, al despertar, renazca una esperanza nueva que nos hace desear y amar la vida como el mayor bien que podamos poseer. Bien que no podemos comprar ni vender; bien que iguala al rico y al pobre; al soberbio y al humilde; al gozoso y al que sufre; al liberto y al encadenado; al que ama y al amado…
Adiós, Pedro y Chari,…Hasta pronto, Paco, Pepe y Maricarmen… Hasta el próximo encuentro, Antonio, kico y Guille, conmigo vais, compañeros y amigos de la infancia… Hasta el próximo año… Conmigo vais, porque siempre os llevo en mi recuerdo… Siempre estáis unidos a Ceuta, la ciudad donde nací, la ciudad donde en la lejanía de la distancia, mi alma desea sentir la ausencia de sus calles…