Por unos días, la desesperante crisis, la voracidad de los mercados ensañados con nuestra prima de riesgo, los ajustes y sacrificios sufridos más los que se avecinan, las escalofriantes cifras del paro o el propio desencanto de un país sumido en su peor momento desde la transición no sólo en lo económico sino por esa imparable brecha desintegradora del Estado, por unos días, digo, esos y otros males parece como si hubiesen quedado aparcados para muchísimos españoles, anestesiados sus sufrimientos por el entusiasmo arrollador de la selección nacional de fútbol en su trayectoria hasta la gran final de hoy.
En el régimen anterior se decía que el fútbol era el opio del franquismo para los españoles. ¡Ay si el propio Franco o algunos de sus más duros políticos levantasen ahora la cabeza! Nada comparable esta pasión a la de aquellos años con los clubs y la selección, ni aún con la propia exaltación nacionalista que el propio régimen trató de estimular y atraer para su causa.
Recuerdo aquel 21 de junio de 1964, cuando el histórico gol de Marcelino en el Bernabeu daba a la selección su primer título europeo. Recién aterrizado en ‘Radio Ceuta’, y mientras aguardaba el relevo de mi turno al fresco del balcón de los estudios, el sonido de antena desde el control me sobresaltó. ¡¡¡Goooool!!! El griterío por el tanto que me llegaba de la plaza de Azcárate y alrededores se fundió por un momento con el del locutor. Aunque nada comparable con el que, en similares circunstancias, sea la selección, el Madrid o el Barcelona, pueda oírse hoy en día. Concluido el partido salí a la calle. La alegría era palpable aquella calurosa tarde, pero muy lejos de los estruendos y las caravanas de coches y motos actuales con sus insoportables bombardeos de decibelios de los cláxones y las expresiones de júbilo que en determinados casos me resultan ridículas y fuera de tono.
Claro que con la televisión en sus arranques, la capacidad de motivación del fútbol de entonces estaba a años luz de los despliegues y la calidad de las imágenes televisivas actuales. Tal es así que tuvieron que pasar 44 años para que TVE hiciera justicia con Pereda, el autor del preciso pase a Marcelino, y no Amancio como por una manipulación de imágenes del NO-DO pudimos ver, sencillamente porque al operador del mismo se le escapó en su toma la acción de Chus Pereda, por lo que en el montaje se recurrió al anterior servicio de Amancio. ¡Lo que va de ayer a hoy! ¿Y la celebración?, me dirán algunos. Pues en los bares. Recuerdo aquella noche establecimientos futboleros por excelencia como fueron ‘La Vinícola! o ‘El Nieto’, a tope hasta altas horas de la noche. E impensable lo del baño en las fuentes, como ahora.
¿Quién nos hubiera podido decir a los aficionados de entonces que España llegaría a lo que es hoy futbolísticamente hablando? Porque hay que rendirse ante esa máquina de fútbol que arrolla y entusiasma. Es más, la selección ha llegado a imponer su peculiar estilo de juego, que ahora otros grandes combinados nacionales europeos tratan de imitar. No digamos ya Italia, el rival de hoy. Esa selección nuestra no es un producto de la casualidad o de la suerte. Enlazar dos títulos europeos consecutivos – esta noche al menos ya tenemos garantizado el de subcampeón – con el de campeona del mundo es algo a lo que nadie llegó hasta ahora.
Apasionante es por otro lado que tales glorias deportivas no vengan de clubs galácticos como el Madrid o el Barcelona, plagados de figuras internacionales, sino de jugadores españoles, admirablemente cohesionados en un sólido bloque. Una ejemplar y entusiasta generación de jóvenes que, olvidándose de las rivalidades cotidianas entre sus clubes, se funden fraternalmente en la causa y en el nombre de su país, España, sintiendo unos colores y entregándose a ellos hasta el límite de sus fuerzas.
Hoy la selección española ilusiona. Entusiasma y cohesiona, lo que tanta falta nos hace ante la actitud secesionista, cuando no facciosa de determinados nacionalistas, cada vez con un mayor desafío, descaro y cerrazón en lo que parece adivinarse ya como una marcha sin retorno. Bienvenida sea pues esta selección y sus ejemplares jugadores. Con su juego y sus triunfos han sido capaces de despertar conciencias que parecían olvidadas. Es la hora del orgullo de ESPAÑA, con mayúsculas, del despliegue entusiástico de su bandera, que oportunamente el fútbol ha venido a demostrar que no era la de un régimen o la de algunos en particular sino la de todos los españoles.
¿Nos estará acostumbrando mal esta selección como reza la leyenda de esa gran banderola de la fotografía? Nos gusta, sí, tal y como enfatizan. ¡Vamos España!