En esta semana ha sido motivo de crítica política el tema de la modificación de los sueldos entre nuestros diputados eliminando el cobro por la asistencia a pleno. Al margen de la demagogia que pueda haber detrás de la propuesta del PSOE, porque todos tenemos memoria y aquí durante el tiempo que han podido los diputados han completado su cobro como asesores o colocados de la administración central con el obtenido por su representación en la Asamblea, se ha dejado pasar otro debate más importante. Vivas decía el otro día que no se puede jugar a ‘exterminar al político’. Tiene razón, en parte. El político que trabaja debe cobrar por ello. Eso a nadie escapa, pero debe hacerlo si su trabajo se corresponde con lo que, cuando menos, se espera de ellos. La devaluación de la figura del político se ha producido porque sus representantes han rozado límites de lo que debiera ser permitido. Han sido tantas corruptelas, tantos escándalos y tantas tramas que el ciudadano ha terminado cansado, abriéndose cada vez más la brecha entre quien vota y quien le representa. La clave no está, a mi entender, en proponer que se cobra más o menos, sino en defender que la ‘selección’ del político sea la correcta. A mí, sinceramente, me cabrea más no que los diputados populares hayan votado en contra de la propuesta del PSOE, sino que haya diputados que cobren por hacer, ¿el qué?, nada. Acudir, levantar la mano, dormitar, entender la representación como una forma de ganarse un dinero sin servir para ello... eso es lo que debe molestar. Si un político cobra un sueldo X pero trabaja ofreciendo resultados al ciudadano no provocaría queja alguna. Es más, sería incongruente que un consejero terminara ganando menos que un funcionario de la escala baja del Ayuntamiento. Ahora, si cobra un solo euro por tocarse la entrepierna, ahí debe valer no una condena sino miles porque cualquier euro pagado por la cara no tiene más que una interpretación: es un robo.
La clase política debe recapacitar sobre la pérdida de valor que está sufriendo de forma gradual. Y quienes son cabezas de los distintos partidos deben reflexionar en silencio sobre los peones de los que se han rodeado y aprobar no ya una rebaja de sueldo sino una eliminación directa de quienes, con solo verlos, representan una clara estafa al concepto que debemos tener de lo que es democracia.