En un día muy de mañana, cuando me disponía a abrir el balcón de mi aposento para ofrecerle el día al Dios del amor y de la vida y darle gracias, por el nuevo día que acababa de regalarme, asimismo a la Inmaculada Virgen Santísima y a su vez que intercediera por este pecador. Y aquí continuo sin demora, algunos años con mi escribanía. Con el gozo del rezo de mis oraciones y algún Salmo que otro.Y a tal motivo, hubo un momento que afloró en el recuerdo de mi corazón, del Señor de la Misericordia; id al mundo entero y hablar e informar a través de los medios de información, el recuerdo de mi Pasión. De hecho este pueblo, me ama con los labios ¡Pero su corazón está muy lejos de mi!
Han abandonado el Sacramento de la confesión y para mayor agravio se acercan para recibir la Santa Comunión. Por tanto está muy claro, se puede cometer un sacrilegio, evidentemente, creo que no hay lugar a duda. El Papa Beato, Juan Pablo II, señaló como una característica de este tiempo la Cerrazón a la Misericordia Divina. Es una realidad “tristísima” que nos mueve constantemente a la conversión de nuestro corazón: a implorar y preguntar al Señor el por qué de tanta rebeldía. Ante todos aparece la imagen de muchos hombres, mujeres y jóvenes, que se cierran a la Misericordia Divina y a la remisión de sus Pecados, que consideran no esencial o sin importancia para su vida. De ellos se define la impermeabilidad de la consciencia a lo que la Santa Escritura, suele llamar dureza de corazón. ¡A tal punto la perdida del sentido del Pecado!
¡Amigos! Con el clamor de mi corazón os invito a reflexionar, en los últimos momentos ¿Qué esperamos de la Divina Providencia a fines de la vida Eterna?