ATS (Asistente Técnico Sanitario) o, posteriormente, DUE (Diplomado Universitario en Enfermería), son títulos creados el primero en 1953 –pronto hará sesenta años-, y el segundo en 1977, pero antes, e incluso durante bastantes años más tarde, cuando teníamos que ponernos alguna inyección, venía a nuestras casas el practicante.
Esa profesión fue creada y regulada mediante una disposición de mediados del siglo XIX. Para titularse en ella se exigían conocimientos de anatomía, vendajes y apósitos, curas, vacunaciones, perforaciones, sangrías y hasta de dentista y callista, además de hacer prácticas en hospitales y, por último, superar una prueba a celebrar en alguna Facultad de Medicina, que era la que concedía el correspondiente diploma.
Mis primeros recuerdos de la niñez acerca de la visita del practicante mezclan sensaciones de miedo y, a la vez, de cierta curiosidad. Llegaba a casa un señor que traía una cajita metálica, en la cual vertía alcohol e, introduciendo en ella la jeringa –de cristal, y no de plástico- y la aguja, encendía una cerilla con la que prendía fuego al alcohol, lo que producía una a mi juicio inquietante llama azulada. Aquello tenía, para mí, algo de brujería o de conjuro. Según supe más tarde, tal era la forma de esterilizar la jeringa y la aguja, pues ambos objetos se utilizaban repetidamente sobre los enfermos. El hacerlos desechables y para un solo uso –práctica de asepsia sin duda más sana- vino muchos años después. Lo malo es que, pasada esa etapa de la visita, el pinchazo –generalmente en salva sea la parte- resultaba inevitable, por mucho que uno se resistiera. No se conseguía piedad ni mediante el más desconsolado de los llantos. Lo sé por experiencia propia.
Entre los practicantes ceutíes de aquella época, recuerdo al Sr. Alemany, que vivía en la calle Alfau, así como a otro (¿se apellidaba March?), domiciliado en la calle Serrano Orive. Más avanzado el siglo XX, a D. Manuel González, también de la calle Alfau, y a los Sres. Serrán y Medina, además de Moguel (hermano menor del por aquel entonces conocidísimo “Cura Moguel”) que vivía en una preciosa casa, con bonito y cuidado patio y pozo, situada al comienzo de la calle Martín Cebollino, hoy tristemente desaparecida por razones urbanísticas.
Lo cierto es que esa tradicional profesión, itinerante y apreciada, ha ido desapareciendo por consunción. Los nuevos tiempos exigen nuevas costumbres. Por un lado, las modernas titulaciones; por otro, la omnipresencia del Sistema Público de Salud, y, por añadidura, la existencia de clínicas privadas, han venido a erradicar aquellas clásicas visitas a domicilio, en las cuales se llegaba a entablar una relación de amistad y de afecto con la persona que llegaba para pincharnos. Sin duda alguna, los ATS y, ahora, los DUE, están más preparados, pero el carácter humano y la cercanía de tales visitas, durante las cuales se conversaba sobre todas las materias –familia, fútbol, sucesos, etc.- fue perdiéndose para siempre.
Algo más, por lo tanto, que he de sumar a mis añoranzas del pasado.