Hace ya un tiempo que la Ciudad puso en marcha el polémico barranco Piniers, obligando a todo aquel que depositaba allí los residuos a abonar la oportuna tasa. Se trataba de ordenar un área, la medioambiental, en la que siempre el Gobierno local ha arrastrado un importante déficit. No hay más que recordar el tirón de orejas que dio la madre Europa a la olvidada Ceuta por el auténtico cáncer ecológico que suponía mantener activo el vertedero de Santa Catalina. Desde la puesta en marcha del vacie en Piniers ha aumentado la picaresca de aquellos que han optado por ahorrarse el abono de la tasa y utilizar los montes como basureros. Y así nos topamos con lavadoras, restos de obra y materiales diversos que son abandonados en el monte sin que, hasta la fecha, las autoridades hayan conseguido frenar lo que es un auténtico delito. Ha habido sanciones millonarias, luego, también hay que decirlo, recurridas; ha habido amenazas de aumentar dichas sanciones, pero lo cierto es que seguimos faltos de un sistema de vigilancia capaz de ser lo suficientemente ágil como para evitar que nuestros montes se conviertan en pequeños vertederos. Sin control se está matando ese espacio común sobre el que nosotros tenemos una responsabilidad para las posteriores generaciones.