Una de las características más notables de nuestra vida social es la provisionalidad. En Ceuta todo se interpreta en modo de rabioso presente. Esta forma de ser, que se atribuye a un subconsciente inestable provocado por la desconfianza en el futuro, impide que se puedan plantear objetivos a largo plazo. Nadie mira más allá de su propio horizonte personal. El modelo de gestión practicado por el PP de Juan Vivas está plenamente imbuido de este impenitente defecto. Nunca existió un plan que hiciera sostenible una estructura del gasto público artificialmente desmesurada. Nadie quiso analizar la evolución de factores claves en el orden demográfico, social y económico. La única referencia de la acción de gobierno era el aplauso fácil e inmediato, y la próxima urna llena. La consecuencia es la profunda depresión económica y anímica en la que se encuentra sumido el Gobierno. La crisis económica nacional les sirve de magnífica coartada para ocultar su responsabilidad en un desenlace que se hubiera producido indefectiblemente. Porque ni en una situación de bonanza económica era imaginable una insaciable inyección de transferencias para financiar fruslerías sin más aspiración que seducir voluntades momentáneas.
El Gobierno se enfrenta a la ardua y dolorosa tarea de desmontar un costoso entramado de vínculos económicos consolidados durante una década; sin generar descontentos y sin que la opinión pública descubra la verdad, y quede arruinado el prestigio del Presidente, ganado a golpe de titular financiado inmoralmente por los impuestos de la ciudadanía.
El miedo a esta última contingencia, única que de verdad preocupa, está demorando la adopción de medidas. Toda la esperanza está depositada en una solución milagrosa, que se concreta en la posibilidad de que el Presidente del Gobierno de la Nación, apiadado de un conmilitón de resultados electorales brillantes, ahora en apuros, teniendo en cuenta la pequeña magnitud del agujero en términos proporcionales, haga una excepción en su furibunda política de recortes y envíe a Ceuta el cargamento de euros necesarios para equilibrar lo que el Gobierno y su Presidente han desequilibrado irresponsablemente. Tensa, amarga y más que probablemente ilusa espera. Que tampoco sale gratis.
La situación actual es que el ayuntamiento sólo paga nóminas (las propias, las de las empresas municipales y las de los convenios). Y poco más. El resto es una enorme deuda, generada en gran medida muy frívolamente, que se financia asumiendo más deuda, en una espiral infernal que tiene los días contados. Los bancos (a través de los créditos) y las empresas (mediante la demora en los pagos) sostienen una fachada de prosperidad completamente irreal.
La única solución es una operación de rediseño de la estructura del gasto público, adaptándolo a las posibilidades reales de presente y futuro y, sobre todo, previo establecimiento de las prioridades políticas que debe dictaminar un concepto de Ciudad del Siglo XXI, que contemple los complejos fenómenos sociales que se están desarrollando a gran velocidad. No existe tal voluntad porque sólo piensan en el corto plazo; pero ni siquiera una cosmética revisión de los fundamentos del despilfarro resulta sencilla para el PP. A la ya de por si complicada, por ingrata, tarea de deshacer compromisos (a nadie le resulta agradable la involución), se añade la dificultad que conlleva el modo en el que Juan Vivas ha tejido su tupida red de intereses. Cada intento de poner un cierto orden en algún desafuero se ve frustrado por la presión política o personal que ejercen sus beneficiarios, muy próximos al poder (causa original de la prebenda).
Al final, se desiste con la idea de intentar el recorte en otro lugar, que se salda con idéntico resultado. La conclusión es que, mientras se intenta denodadamente proyectar hacia el exterior una imagen de normalidad, la institución vive internamente sobrecogida, murmurando estériles lamentos, en espera de nadie sabe bien qué.