La dura y merecida derrota electoral del PSOE abre un nuevo periodo para el conjunto de la izquierda en nuestro país. El ejercicio del poder ocupa tanto espacio que resulta imposible hacerlo compatible con la reflexión. Alejados de la responsabilidad de gobierno, ha llegado el momento oportuno de empezar a responder a determinados interrogantes que sobrevolaban inquietos, quizá desde hace mucho tiempo, por la conciencia del ideario progresista. En España y en Europa. A pesar de la diversidad de enfoques y perspectivas que admite este análisis, lo cierto es que todo se resume en resolver una cuestión: ¿Es posible la existencia de un proyecto político de izquierdas, sustentado en sus valores esenciales, aceptando los fundamentos del capitalismo en su fase más avanzada (globalización)? No incurriré en la petulancia de responder. Sobre este asunto se han pronunciado magníficos expertos de teoría política de todo el continente. Mi opinión sería tan pobre como irrelevante. No obstante, si me gustaría dejar constancia de una de las teorías que más me han llamado la atención de cuantas he leído. La socialdemocracia (versión más europeísta del socialismo) siempre ha encontrado su razón de ser en el anhelo de igualdad. Fue pujante cuando respondía a una demanda social de igualdad. Así ocurrió con la igualdad de género, en la lucha contra el racismo (en determinados lugares), y sobre todo, en la lucha por igualar a las clases sociales generadas por el sistema capitalista. Siguiendo este razonamiento, la desigualdad actual más evidente y peligrosa en el mundo occidental es la fractura generacional (por primera vez en la historia los hijos viven peor que sus padres), y la nueva izquierda tiene que poner su acento en paliar las abismales diferencias que se están produciendo en las condiciones de vida entre los sujetos de distintas generaciones. Como todas las teorías, no es universal ni irrefutable; pero en cualquier caso parece una aportación interesante. La observación de nuestro entorno más inmediato incita a meditar sobre ello.
Ciñéndonos a nuestra Ciudad, y salvando las lógicas distancias, no cabe duda de que el reciente cambio político también influye en la configuración de la izquierda local. El PSOE se ha quedado huérfano. Es la consecuencia directa de vivir agarrado a las instituciones careciendo de un proyecto político propio. Se han limitado a oficiar de altavoces del Gobierno de la Nación. Se apagó el sonido original, han quedado mudos. Es el enésimo fracaso del PSOE de Ceuta, empeñado desde hace décadas en reforzar su condición de partido residual. Han desperdiciado, o declinado, todas y cada una de las oportunidades que la historia reciente les ha ofrecido para reconstituirse, adaptando su esencia a la innegable complejidad de nuestra realidad social. El problema del PSOE de Ceuta (que ha arrastrado consigo al conjunto de la izquierda) es que siempre se ha negado a pensar. Nunca han querido profundizar en las razones de su decrepitud, y se han conformado con encontrar culpables externos, cambiar las personas o vivir de las rentas (siglas). Pero así no se construye un partido político que pueda aspirar a representar a la mayoría. El PSOE funciona como esos locales de negocio malditos al que todo el mundo reconoce excelentes cualidades y que, sin embargo, siempre termina hundiéndose y traspasado. La dirección actual ha incurrido en el mismo error que sus predecesores. En lugar de unir, discutir y engendrar un proyecto, eligieron el atajo de la preeminencia del cargo. Se repartieron prebendas y pensaron que el mero hecho de representar en Ceuta a un “partido centenario con vocación de gobierno y alternancia cierta de poder” era bagaje suficiente para operar un cambio de mentalidad en el cuerpo social. Creyeron que el plus de notoriedad que confiere situarse en un grupo selecto de dirigentes en reuniones de ámbito nacional es suficiente para habilitar un liderazgo. Error de bulto. Su impericia les impide entender que son rostros intercambiables, tan efímeros como prescindibles, en los que nadie repara. La consecuencia de esta inanición intelectual es que una vez retirado el decorado que daba sentido a su discurso, no les queda nada.
El PSOE no tiene espacio político en nuestra Ciudad. Es puro artificio, sin ideas, sin militantes y sin arraigo en la sociedad. En estas condiciones es muy difícil desenvolverse. La pugna política en Ceuta se libra entre el PP y Caballas. Gobierno y oposición. Con proyectos nítidos y bien diferenciados. Ante esta tesitura el PSOE ha optado por la peor de las soluciones posibles. En lugar de promover la unidad de las fuerzas progresistas, su estrategia consiste en competir con Caballas por un electorado potencialmente común. Se ha convertido en la oposición de la oposición. Un partido blando e inconsistente, recreado en la insipidez, presumiendo constantemente de un infantil sentido de la responsabilidad que lo sitúa directamente en el ridículo. La fuerza centrífuga del enconado enfrentamiento entre PP y Caballas, los lleva a alinearse con el PP en la mayoría de las ocasiones, con tal de distinguirse de Caballas. La conclusión es que se han convertido en una especie de irrisorio lazarillo del Gobierno de la Ciudad, al que la derecha utiliza impúdicamente (entre chanzas) contra Caballas. Y ellos, tan contentos y trajeados. Tristes siglas. Tristes, tristes.