Don Juan, el presidente, acostumbra a denunciar eso que llamamos injusticias. Es el primero que, de toparse contigo en el camino, te promete que solucionará el problema que le estás trasladando. Es entonces cuando coge al que tiene al lado (que siempre suele ser uno de esos asesores de nómina a final de mes pero trabajo inexistente) y le comunica que apunte lo que el ciudadano anónimo en cuestión le está reclamando. El ciudadano queda conforme pensando que esas injusticias que no gustan a don Juan dejarán de existir. Lo que sucede es que pasa el tiempo y la injusticia sigue presente y el ciudadano termina o mosqueado o desesperado porque ve que ni tocando en la puerta del grande se solucionan los problemas más chicos.
De esta situación, en cambio, yo saco otra lectura. O don Juan es el mejor actor de las tragicomedias que cada día se escenifican en Ceuta, o tiene una panda de ineptos a su lado que no saben acatar sus órdenes. O peor aún, esos ineptos pasan de las órdenes de don Juan y hacen como que las cumplen para después olvidarse de los compromisos. Seguro que luego dirán que estoy contando mentiras, pero don Juan sabe que eso está pasando y que es su imagen la que resulta afectada porque pasa de significar compromiso a engaño.
La solución la tiene el mandamás en sus manos y pasa únicamente por poner orden en su cortijo. Si bien ha podido tener imposiciones a la hora de colocar a uno u otro funcionario en áreas concretas, ahora es el momento de trabajar, y en eso se incluye el hacer algo porque reclamaciones vecinales sean atendidas sin amenazas ni advertencias.
Y es que se está estilando en demasía eso del marqués sin título que, convertido en asesor de pacotilla, se dedica a lanzar la advertencia chusquera a aquel vecino que ha osado denunciar lo que le pasa en la prensa. Con la coletilla de “¿Por qué has llamado a El Faro?” amedrentan a aquel que ha acudido a un medio de comunicación buscando que su queja tenga publicidad para que así le hagan caso. ¿Y con qué se topa?, con el asesor que ha quedado en evidencia ante don Juan echándole la bronca de mala manera por haber osado burlar la privacidad que hasta ahora existía yendo con el cuento a los periodistas, que, como siempre, son los malos de la película por contar lo que no se debe.
Don Juan no puede decir ahora que no sabe lo que está pasando en su propio reino. Puede, en cambio, mirar hacia otro lado y seguir con el funcionamiento actual o, por contra, marcar una línea bien definida sobre lo que debe hacer un Gobierno para que nunca pierda la coletilla de popular.