Ya no cuento la de veces que he escuchado a la ya ex portavoz del Gobierno, Yolanda Bel, decir eso de que los problemas del botellón estaban finiquitados porque se iba a crear una zona exclusiva para estas reuniones. Creo que esa promesa entraba en el lote del espacio para perros en plena Marina. Lo cierto es que los perros siguen sin su espacio y que los botellones se siguen organizando en los lugares que a sus participantes les venga en gana.
El pasado fin de semana Asier Solana se iba de botellón -periodísticamente hablando- y se recorría media Gran Vía para recoger la desvergüenza de unas calles y unos rincones convertidos en meaderos públicos, escenario de votimonas y basureros improvisados que se tienen que ‘comer’ los barrenderos. El Hércules tampoco se ha salvado. La obra de don Ginés, el que nos quiere convertir la Perla del Mediterráneo en una pequeña Florencia (al menos no hace como los populares que la bautizaron como ‘pequeña Sicilia’), sufre todos los fines de semana el paseo del botellón. Los focos que iluminan los atributos que más dinero le ha costado a Vivas amanecen rotos por el regreso a casa de quienes llevan más alcohol en el cuerpo que neuronas en la cabeza... mientras el Ejecutivo sigue teniendo en mente eso de buscar una zona para que los ‘botelloneros’ no extienden sus efusividades a quienes no quieren saber de ellas.
Me da que la Ciudad actúa a golpe de denuncia, a golpe de presión mediática... y cuanto esta cesa o se duerme olvidan las promesas y desatienden las quejas que un día parieron titulares. ¿Asistiremos a otro consejo de Gobierno para escuchar mensajes adornados de promesas que nunca se cumplen? Desde luego que méritos están haciendo para sufrimiento, en este caso, de barrenderos y dioses convertidos en millonarias estatuas.