Si me piden ustedes un análisis del 22-M les presento por delante una palabra: fracaso. Fracaso conseguido, primero, por la abstención alcanzada. Más de la mitad de la población pasó de acudir a las urnas y de ejercer el derecho al voto. O, como dicen ahora, de celebrar la gran fiesta de la democracia. Quizá el problema esté en que los ciudadanos no creen en esta democracia y por eso no tienen por qué celebrarla. Me da risa escuchar a mi apreciado Paco Márquez, buscando explicaciones en el precioso día de verano. No las buscará en la nefasta gestión política que lleva a la gente a no acudir a votar. Quienes nos representan se han terminado por cargar la democracia y así es normal que, con sol o sin él, los que podrían perder unos minutos en ir a las urnas decidan pasar de ello.
Pero si fracaso fue el día de ayer por la abstención alcanzada, más lo fue por las situaciones esperpénticas y bochornosas alcanzadas en algunos colegios electorales como el del Príncipe. La Guardia Civil sintió auténtica vergüenza, intentando controlar a los apoderados que se enfrentaban impidiendo que la gente acudiera a votar. Hubo coacciones e incluso intentos de agresión entre quienes deben precisamente dar ejemplo. Y esas imágenes ya nunca se borrarán, dando ejemplo del comercio en que se ha convertido la política. Un mercadeo de votos, una lucha a la desesperada por rascar votos, un enfrentamiento entre formaciones que parece que se están jugando el puesto. ¿Luego nos quieren hacer creer que no hay nada en juego? Pues ayer no lo parecía. Las promesas se mascaban en el ambiente, al igual que los compromisos. Un juego sucio que, de no cumplirse, puede traer terribles consecuencias. ¿Qué pasará si los que tienen promesas encima de la mesa no las ven cumplidas? Que se ate los machos la Guardia Civil.
La clase política debe hacer una reflexión sobre lo sucedido el 22-M y antes. Las acusaciones dan asco y el ejemplo dado mucho más. Si esta es la democracia que queremos, me callo. Pero ayer nadie ganó. Una victoria sustentada en la abstención y en el enfrentamiento no lo es, al menos moralmente, para mí.