LeBron James había dejado por los suelos a Rajon Rondo en el segundo partido de las semifinales cuando, un poco harto de la exhibición de los “Beach Boys”, comencé a cambiar de canales con vistas a apagar la televisión. Más por desgracia que por fortuna acabé en uno de los dos de esta ciudad, el cual no podría especificar, porque como ya me ocurrió una vez es muy probable que acabe confundiendo la cadena y tenga que recurrir a mi próxima columna para enmendar el error. Allí –retomando la cuestión– el secretario de las juventudes socialistas, o algo por el estilo, disparaba una retahíla de propósitos en el área juvenil (valga la redundancia) que a medida que se extendía me hacía pensar que la cercana victoria de Miami Heat era la irritación más leve que iba a llevarme a la cama.
De todas aquellas promesas de ensueño no sabía si quedarme con el acondicionamiento de zonas para el botellón (con su respectiva apología, implícita pero evidente) o con el fomento de los juegos de rol entre otras jugosas actividades. ¡Rol!, ¿qué existe más formativo que una buena partida de rol? ¿Y qué me dicen de una buena e intensa noche de botellón? Bueno una, dos, tres o las que surjan, inmersos en la más productiva de las circunstancias, retozando con los unos y con las otras, la gran mayoría de ellos como una cuba, o en proceso de estarlo, siendo la edad la menor de las preocupaciones. El paraíso descendido de los mismísimos cielos, o el auténtico infierno, reflejo de la puerilidad española.
Si no lo es del todo, al menos es casi ineludible darle vueltas a lo curioso de que todos los brillantes puntos propuestos estén casualmente enfocados a excitar a los distintos grupos jóvenes con una gran potencia de voto. Qué llamativo que no se dé cabida a contenidos instructivos, los necesarios pero no tan divertidos, que a buen seguro con mucha maña y esfuerzo podrían ser introducidos en el ocio permanente de la juventud actual.
Quizá sea porque aquellos contenidos son menos atractivos, porque su tirón es anecdótico y, por tanto, se presentan como reclamos sin la refulgencia suficiente para ampliar la lista de votantes favorables.
O tal vez los objetivos respondan a la voluntad de las almas siempre magnánimas de sus impulsores, a su nobleza y honorabilidad incorruptibles, a una suprema preocupación por los gustos de los demás, por sus intereses, por el máximo respeto hacia la unión entre todos y el bienestar común, importando bien poco lo que en realidad es formativo si no entretiene de por sí. En otras palabras: el virtuosismo hecho proyecto político, el mágico parque de atracciones vigorizador de toda carencia juvenil.
Por una vez no seamos nosotros quienes hagamos de jueces. Ni siquiera yo expresaré en esta columna la opinión que me merece este caso en particular. Que juzgue su propia historia, la del pasado reciente del partido local, en el que a vista de todos quedó el respeto a sus ahora tan blandidos valores y preocupaciones. Por cierto, mal Boston.