Lucharé con la fuerza de mis brazos; brazos que fueron alas. Lucharé con la fuerza del viento; viento que fue montaña. Ahora, la luz del atardecer se apaga como la distancia, y al tanto, el frío ahoga con sus carantoñas. Siento mi corazón, que se aferra a la vida. Aunque habrá un día mejor, amanecerá la esperanza, cuando un soldado del Amor prenda del sol su espada.
Ahora, el reflejo que son los recuerdos se desvanecen en el agua y así presto oración, mientras la humedad empaña mi alma: Luna en el cielo; luz en el agua; mar como espejo; ¿paz en el alma?
Es tentadora la visión del espacio, que se llena de estrellas a estas horas. Aquí, solo, la velocidad de la luz se me antoja extraña; su sonido me transporta... ¿viajaremos al mismo sol cuando éste desnude su forma?
Ahora, la luna navega, rasgando el espacio con su fría luz. Luz, que el tiempo se encargó de guardar en su memoria: los días están contados si pasamos por la vida sin pena ni gloria.
Aquí, solo, hablo del tiempo como hablo de las luces del alba. Hablo de la vida, como si aquella continuara.
Ahora, el Libro de los Astros me ayuda a combatir la discordia. ¿Quién escribió las rutas del cielo, quién dibujó las trayectorias? Ocupado en su estudio, el ermitaño recobra el aliento, musita las páginas, su fin, el universo, la gracia. ¿Es gracia aquello que nos hace bien, o es simplemente momento, o es simplemente palabra? En la cumbre de los cielos, alguien descubrió su semblanza. El alma renace y cobra forma al contacto con las plegarias.
A tal efecto, el renglón de la paciencia ha de leerse con calma. ¿Cabe mayor audacia que esperar al que nos aguarda? La calma: de donde todo nace; a donde todo conduce.
Testigo de mis días soy, así como el pensador, así como el centinela de la luz de mañana. A tal efecto, deberían mejorar mis miedos, debería mejorar mi balanza. En el portal que es mi cueva, describiré así mis aciertos como mis tardanzas.
Pero eso será otro día. Ahora debo fundirme con el frío de la noche, y rezar por que amaine. El frío me dejó el gesto severo, y dócil la palabra.
Al final, una duda atroz, algo se me escapa: ¿Está el sol en mi interior, o es el mismo Dios quién lo alza?
Ser soldado en Ceuta es como ser general en la campaña”.
(Quisiera compartir aquí, mis deseos y mis historias; ahora que aprendo a escribir, a olvidar lo que nada importa.
Quisiera también sonreír, recordar sin vanagloria; ahora que empiezo a vivir, bajo el prisma de la memoria.)