Ante cualquier inicio de obra que se precie debe existir una mínima atención al ciudadano que lleve por delante, qué menos, una información de lo que se va a ejecutar, de sus plazos y, sobre todo, de cuándo comenzarán las obras y el porqué. Pero la todopoderosa y dictatorial maquinaria de las grandes empresas y su connivencia de las instituciones convierte esta obligación en un sueño que nunca se lleva a cabo. ¿Y esto qué significa? Primero que usted, humilde ciudadano y acosado contribuyente, puede llegar un buen día a su casa y toparse con una obra que acaba de comenzar sin que a usted se le haya informado de nada con lo que, por arte de magia, tiene vetado a su acceso normalizado al hogar. Segundo, que se queda con las ganas de saber por qué carajo están levantando la misma acera que hace un par de meses se convirtió en la pesadilla de todo el vecindario cuando, precisamente, se estaba arreglando -o eso nos decían-. ¿Será que la arreglaron mal y ahora se gasta la misma partida en intentar hacerlo mejor o será que hay a quien le gusta tener Ceuta levantada y ordena que se pongan y repongan los mismos tubos no sé cuántas veces al año?
Se quedará con las ganas de saber como posiblemente se cansará de contar la de veces que levantan la misma calle y le obligan a cambiar de sentido de circulación ‘por obras’ sin previo aviso. Y se quedará con las ganas de saber si es que ahora los materiales son peores y por eso se obliga a múltiples acciones sobre la misma zona o, al contrario, existe una mezcla de interés, connivencia, picaresca y demás en que todo siga funcionando de una manera tan caótica como a la que ya nos estamos acostumbrando.
Que la vida siga igual está bien para algunas canciones en el recuerdo pero no para la más purita realidad que nos topamos unos ciudadanos cada vez más incrédulos, cada vez menos reivindicativos y sometidos, quizás ya hasta por querencia, a lo que nos ordene esa maquinaria de intereses y del actuar sin explicaciones.