Los educadores que viajaron en el bus del Príncipe impiden posibles incidentes”. Este es el titular de una de las informaciones que hoy ofrecemos. Un titular que encierra una realidad de locos: resulta que para que jóvenes que salen de un instituto -se supone que de estudiar y formarse- no la líen dentro del autobús que les lleva a sus casas hay que decir a la Policía Local que vigile las entradas y salidas al vehículo y que hay que ordenar que viajen educadores en su interior. Parece una tomadura de pelo pero no es más que la triste realidad que esconde una situación que podría provocar la risa a quien lo leyera si no escondiera un problemón que ha dado lugar, incluso, a la organización de juntas de seguridad. Ahí lo tienen, varios niñatos con obligación de formarse terminan sentando a los jefazos policiales y a los políticos a la misma mesa para buscar soluciones. ¿La historia del mundo al revés? Mejor dicho la historia de una dejación de funciones por parte de las esferas implicadas que ha dado lugar a que hoy profesionales al volante se vean coaccionados por adolescentes capaces de tener en sus manos la decisión de terminar o no con una línea de autobús que beneficia a toda la barriada.
¿Hasta qué punto es la administración la que tiene que solucionar un problema que ha nacido en los hogares de quienes son bautizados como díscolos?, ¿hasta dónde se puede culpar a la justicia en un caso en el que son los padres los que deberían hacer más de lo que, a ojos de cualquiera, llevan a cabo?
La solución terminan aportándola quienes son paganos de este problema sin que se solucione en su origen. ¿Cuánto tiempo aguantará esa vigilancia policial en la entrada y salida del autobús? Pues un tiempo, como ha ocurrido siempre, hasta que de nuevo vuelvan a cobrar protagonismo mediático unos revuelos que son reflejo del desequilibrio social que ahora encarnan quienes en un futuro inmediato tendrán capacidad para otros menesteres.