Hacía bastante tiempo que la sección “Tercio de Quites” no se hacía eco del mundo de la tauromaquia, pese a su título más cercano al arte de Cúchares que a la astillada y astifina realidad social. Les había prometido en algún artículo no entrar a valorar las deslucidas intenciones de Cataluña con la fiesta nacional, donde políticos de medio pelo actuaban como sobreros sin trapío buscando las tablas y escapando a los chiqueros sin demostrar nada y presumiendo de un encaste que sólo le gusta dejarse ver.
La triste realidad marcará el fin de las corridas de toros en 2012, llevando a la abolición total de la fiesta en Barcelona (única plaza activa en dicha comunidad autónoma…). Todo un puyazo a la fiesta nacional que deja atrás siglos de historia taurina en la Ciudad Condal (el primer espectáculo con toros fue en 1387 en honor a Juan I “El cazador”). Así se clausurará el recinto para las corridas de toros, arrebatándole una tradición por la orientación interesada y populista de unos resultados electorales (si las apelaciones y los recursos no lo remedian).
La Plaza Monumental de Barcelona quedará como espacio para conciertos y espectáculos circenses (pena que no le va a dar tiempo a actuar al tripartito con el circo que llevan y no estarán para entonces…).
En el recuerdo perdurarán carteles, tardes memorables, cuatro ganaderías bravas, una escuela de toreo en Hospitalet y la herencia cultural que plasmaron en sus pinturas artistas catalanes de fama universal como Salvador Dalí o Joan Miró.
De la misma forma que nos tienen acostumbrado a actuar siempre y admitiendo un traspaso de competencias más, el gobierno se ha lavado las manos, dejando un sello de identidad cultural de nuestro país fuera de la segunda ciudad más grande de España. Los políticos oportunistas del parlament han aprovechado la desidia del gobierno central, haciendo de la medida una verdadera campaña de exaltación del catalanismo (incluidos los parlamentarios del PSC). Para no dejar mal al populismo regionalista salvaguardaron los espectáculos de “correbous” (encierros de toros o vaquillas) que seguirán celebrándose con normalidad, dejando heridos y muertos no profesionales y causándoles maltratos a los animales aunque de catalanas maneras…
Parece ser que el éxito de los catalanes había dado alas a ciertos sectores en contra de los festejos taurinos en el País Vasco, pero pincharon en hueso por la fuerza de las plazas de Vitoria, San Sebastian y Bilbao. La importancia de peñas y tertulias taurinas en Euskadi están por encima de cuentos nacionalistas que se han quedado sin argumentos a las primeras de cambio.
La forma de ocupar el tiempo en problemas de poco calado y mucha propaganda dejan al margen materias más importantes para el resurgimiento de la economía catalana y destapan la creciente disgregación social a los mal llamados “españolistas” (término creado por la prensa de izquierda que parece que escriben en nombre de otra galaxia, pero refrendado por el PSOE por su facilidad para aliarse con aquel que les convenga, interese y marque las distancias con la derecha). Deducir el futuro de ciertas regiones del mapa autonómico es previsible, pues se les está dejando un nivel de emancipación con el suficiente poder como para ganarle pulsos al gobierno central fácilmente.
La decisión de los socialistas en el Senado de no votar a favor de la declaración de Bien de Interés Cultural de los toros es fácilmente entendible, o al menos así se desprende por la habitual forma de manejarse en la mayoría de materias, dentro de una política que se mueve por impulsos y sacudiéndose los problema a base de transferir competencias a las comunidades autónomas.
Mientras, pronto veremos la adhesión a la fiesta de los toros de la Junta Andalucía y esos políticos de izquierda, pertenecientes a las mismas siglas que los catalanes, se decidirán a favor para congraciarse con sus posibles votantes. Un mar de corrientes distintas dentro de un mismo partido donde ya no sorprende la asombrosa capacidad para adaptarse del gobierno con el fin de prorrogarse, desarrollando medidas a capricho según indique el guión. Medidas que llevan a separarnos más, haciendo cada uno la guerra por su parte y buscando un beneficio electoralista muy localizado por encima de la necesidad de crear unas estructuras sólidas para la prosperidad de todos.