En la escala Fahrenheit, 451ºF es la temperatura a la que arde el papel de un libro. Pero también es el título de una novela escrita en 1953, llevada magistralmente al cine por François Truffaut en 1966. Argumento de corte futurista, la trama se desarrolla en un país imaginario, Montag, en el que el gobierno prohíbe los libros, ya que su lectura hace a los hombres diferentes, y por tanto infelices. Una especie de cuerpo de “bomberos” es el encargado de quemar cuanto libro existe. A la vez, unos grupos de resistentes se refugian en los bosques y se convierten en “libros vivientes”: cada mayor se encarga de recitar repetidamente a un joven el texto de un libro hasta que es memorizado por éste.
La destrucción pública de libros es habitual en personas o gobiernos de corte dictatorial. Con ser nocivo (“los libros son el alimento del alma”, dijo alguien), lo peor es lo que suele suceder a continuación: se empieza quemando libros, y se termina quemando a las personas. El pueblo judío tiene dolorosa experiencia al respecto, cuando, en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, el gobierno nacionalsocialista de Alemania programó y ejecutó “la noche de los cristales rotos”, en la que, entre otras cosas, miles de libros judíos ardieron en las calles alemanas, dando inicio a lo que terminó siendo el Holocausto.
Lamentablemente la destrucción se ha convertido en hábito para conseguir bastardos objetivos. Se queman libros, se queman banderas, y hasta se autodestruyen seres ¿humanos? para provocar la muerte alrededor. Curiosamente a algunos les produce más indignación ver quemar un objeto (no dejan de ser objetos) que ver a una persona hacerse saltar por los aires sembrando la muerte y la destrucción. Y esto, además, lejos de provocarles rechazo, les produce hasta alegría, y así lo manifiestan en público o en privado. Histéricamente. Irracionalmente. Algunos ¿humanos? demuestran tener menos raciocinio que el más primitivo de los animales. Algo falla.
Amenazar con quemar un libro (como el pastor Terry Jones), o efectivamente quemarlo (como los independentistas catalanes el sábado pasado en la Díada cuando hicieron lo propio públicamente con la Constitución Española), son actos seguramente útiles para algunos, los bárbaros, pero inútiles para la humanidad. Como dijo Voltaire, “BÁRBAROS. LAS IDEAS NO SE MATAN”.