Por aquí y por allá, por todas partes, se encuentran puntos de vista que mantienen una lucha continua entre ellos, que se rechazan una y otra vez y que configuran un ambiente de pensamiento y unas normas de vida en el que la confusión es lo dominante. No se trata de algo ligero sino de corrientes establecidas algún tiempo atrás y que han configurado unos cauces de cierta profundidad. Por esos cauces circulan riadas humanas que se distancian más y más unas de otras, aunque a veces entran en colisión entre sí por esos caprichos de la vida que tienden a la sorpresa, a lo inesperado y hasta a la prueba de fuerzas.
El afán de dominio se mantiene de forma permanente en el ser humano, cualquier que sea su estado, y se alza cuando estima que se dan condiciones favorables para ello o cuando la desesperación llega a rebosar el ánimo.
El hombre, en medio de esa confusión, debe ordenar su vida hacia el camino de la verdad; hacia la razón suprema de su existencia, que debe ponerla de manifiesto siendo sumamente generoso en el amor a los demás, cualesquiera que sean.
Esa ordenación no es comprendida suficientemente cuando el egoísmo hace temer que cualquier pensamiento u obra, en beneficio de otros, irá en detrimento del interés que se espera para uno mismo.
No se paran a pensar, quienes así actúan, que ni siquiera se llega a la más mínima paz, de su propio sentir, cuando otras personas carecen de lo que se necesita para sentirse libres de la miseria moral o material.
Extraña a esas personas que haya quienes están dispuestos a sacrificar muchas de sus posibilidades; que responden afirmativamente a la llamada para ayudar a los demás, aunque en ese quehacer no habrán de faltar las penalidades que incluso pueden suponer hasta la pérdida de la vida propia. Es gente generosa a la que no le asustan los sacrificios. El amor a los demás no tiene límite alguno.
Ahí están los ejemplos de esos dos hombres - Alberto Vilalta y Roque Pascual - que acaban de ser puestos en libertad después de casi nueve meses de cautiverio. Ellos formaban parte de un grupo de personas que llevaban ayudas materiales, también morales, a gente necesitada en alguna parte de la inmensidad de África.
Quizás no se daban todas las garantías de seguridad, pero allá se fueron y han causado admiración por su labor y por lo que han sufrido. Se les comprende en su afán, a pesar de que el egoísmo - que existe en medio de la confusión dominante en la vida de la sociedad - trate de que se mire a otros caminos que no supongan compromisos con las necesidades de los demás.
Ahí está, también, el ejemplo de dos hombres de la Guardia Civil, asesinados en Afganistán. El Capitán García Córdoba y el Alférez Bravo Picayo han dado su vida en una misión de ayuda a los demás; a organizarse aquél pueblo para vivir según la ley y mantener su seguridad. Aquél al que habían dado su confianza los ha asesinado.
Alguien, en un medio de la confusión en que se vive, preguntaba: ¿qué se nos ha perdido en Afganistán? Estos dos Oficiales de la Guardia Civil han contestado con la entrega de sus vidas para la mejora de las condiciones de vida de quienes sufren.
En medio de la confusión hay, todavía, quien no se entera de la verdad de la vida.