No obstante, existe una especie de subconsciencia restrictiva que les impide tomar las mismas medidas con idéntica actitud respecto a los desaciertos que se cometen a un nivel más reducido, en este caso el local. Como ejemplo queda esta ciudad, cuyo más excelso mandatario parece haber sido divinizado como otrora hicieran los romanos con el dictador (persisto en el adjetivo) Julio César, ya que pocas veces o nunca se castiga con el énfasis adecuados sus desmanes y obsesiones.
Gobernar una ciudad en la que no hay nada, no es una tarea de suma complejidad si entre los planes del gabinete imperante no se encuentra el de hacerla crecer. Evaluando, en este sentido, los frutos del trabajo del gobernador actual y su equipo dudo seriamente que se haya pretendido algún tipo de desarrollo que no sea el impulsado por el devenir natural de cualquier localidad. Cuando, por el contrario, las fuerzas se centran en liderar el progreso de una ciudad que tiene poco, por no decir nada, las dificultades crecen ostensiblemente, puesto que son necesarios tantísimos componentes que el balance presupuestario se descompensa con el más mínimo dispendio. Desgraciadamente para los ciudadanos de Ceuta, en esta urbe se han cuajado dos intolerables fracasos: ni se ha avanzado destacablemente en el crecimiento esencial de las infraestructuras (lo cual supone el verdadero progreso), ni se ha controlado el balance presupuestario, desencadenando un incremento vertiginoso de la deuda. ¿Qué, si no se han cumplido estos dos objetivos elementales desde tiempos inmemoriales, puede extraerse como éxito? Probablemente poco, y de lo poco la mayoría (eufemismo para no recurrir a un término absoluto) es insustancial para el futuro crecimiento de la región.
Este crecimiento se cimenta principalmente en la creación de infraestructuras encaminadas a aumentar la capacidad productiva de la ciudad a través de un entramado industrial básico en constante evolución cuyos resultados consigan retener la evasión de la población joven, sin opciones de prosperar, que debe lanzarse fuera a la búsqueda de las oportunidades que su residencia natal no puede ofrecerle. Sólo los aspirantes a conseguir los distintos puestos de funcionarios ofertados tienen una mínima posibilidad de arraigar un futuro en estas tierras, donde el flujo de opositores llegados desde la península absorbe una cantidad de plazas insultante para los ceutíes de nacimiento, que asisten al enriquecimiento en su propia tierra de personas venidas de otras partes del resto de España, donde las ofertas de trabajo son notablemente más altas en condiciones normales (obviando la actual crisis económica) con respecto a las que se pueden encontrar en esta ciudad. El renqueante comercio, la limitada red bancaria, el depauperado sector primario y el nocivo efecto del nepotismo completan una pista laboral paupérrima, erosionada por la crisis económica.
Si los responsables locales ni están dispuestos, ni son capaces de llevar a cabo cambios de gran calado en la ciudad porque lo consideran imposible, insisto una vez más: que dejen sus puestos de inmediato. ¿De qué nos sirve el embellecimiento complacedor del turismo y del ciudadano si ello genera una deuda que los beneficios de este planteamiento no compensan? Es otra de las tantas absurdeces que gustan a los dirigentes mediocres; una absurdez cara, muy cara, que hipoteca el oscuro futuro de esta imperturbable, paciente y aletargada ciudad.