Llegó la hora, las uvas ya estaban digeridas. Nos dimos el beso de rigor y nos deseamos lo mejor para el nuevo año. Nos marcamos nuevas metas, nos propusimos mejorar, pero nada había cambiado, la triste realidad no tardó en aparecer. Dos nuevas mujeres eran víctimas de la violencia machista. Ellas tienen que seguir protegiéndose de sus parejas, de hombres de los que sólo esperaban cariño, pero la maldad y la cobardía no tiene límites. Empezó el año como acabó, ellas siguen sufriendo, desprotegidas, temerosas.
Nada había cambiado, El Faro nos informaba del primer intento de asalto al perímetro. Mil inmigrantes subsaharianos intentaban conquistar una cama limpia, tres comidas al día, un chaleco reflectante y una varilla para sacarse unos euros. Era la madrugada del día 1 de enero, pero esto no fue óbice para que España y también los ceutíes conociéramos in situ lo que sucedía en nuestro país. Ellas y ellos -El Faro estaba allí- cumpliendo con la obligación de informar, sin temor, libremente.
Los profesionales de El Faro de Ceuta cumplían con su obligación y los guardias civiles con la nuestra, es decir, impedir que los inmigrantes consiguieran su propósito. Cada profesional debe cumplir con su obligación y, la nuestra, la de los guardias civiles, no es otra que impedir el paso de personas y garantizar la seguridad ciudadana. Nada nos pueden reprochar cuando cumplimos fielmente lo que legalmente nos ordenan.
Unos días después, el arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo, hacía público que en el intento de entrada había fallecido en Marruecos un ciudadano de Camerún y otro de Guinea Conakry. El arzobispo se desplazó a Beliones para repartir alimentos y hablar con los subsaharianos y decía que “sólo los vio armados de hambre, frío y suciedad y que considera que en esta guerra de la iniquidad contra los pobres, las armas más poderosas son la censura y la mentira”.
Sin embargo, hasta la fecha, hasta activistas de derechos humanos que trabajan en Marruecos ponen en duda que exista alguna persona muerta y, con toda seguridad, el arzobispo se lamentaba de esas dos muertes que, de forma interesada o no, le hicieron llegar. Nada que reprochar al arzobispo, todo lo contrario, hizo su trabajo: ayudar e intentar de proteger a los más indefensos y necesitados. Hizo su trabajo y debemos agradecérselo.
Puede parecer que estas cuatro profesiones tan dispares no están conexionadas –periodistas, guardias civiles, activistas de derechos humanos y religiosos-, pero la realidad es bien distinta, porque las democracias y las libertades se sustentan y engrandecen cuando cada ciudadano, organización, cada Institución hace su trabajo con honradez, respeto y lealtad. Razón de más para que cada uno, desde nuestras profesiones, estemos atentos de los que con sus comportamientos manchan las Instituciones, las organizaciones y dañan algo que tanto nos costó conquistar.
Decía la Madre Teresa de Calcuta: “Yo hago lo que usted no puede, y usted hace lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer grandes cosas”. Y es cierto “Juntos podemos hacer grandes cosas”, cada uno desde nuestra profesión, defendiendo y respetando valores tan importantes como la libertad de expresión, los derechos humanos, la diversidad y la paz.
“Juntos podemos hacer grandes cosas”.