El Polifuncional ‘Mustafa Mizzian’, enclavado en pleno corazón del Príncipe, es desde hace poco menos de una década una especie de ventana abierta a las segundas oportunidades.
Por el Centro Integral Equal pasan cada año grupos de alumnos que comparten aulas, pero sobre todo una ambición común: superar carencias formativas y despojarse de los lastres personales que merman sus posibilidades de inclusión, en igualdad de condiciones, en el mercado laboral y, por extensión, en una sociedad cada vez más competitiva. Menores de 30 años en su mayoría, son los integrantes de la novena convocatoria de los programas de Formación Integral Básica y Alfabetización en Lengua Española que impulsa la Consejería de Hacienda, Economía y Recursos Humanos a través de Procesa y con el respaldo del Fondo Social Europeo.
Las etiquetas “en riesgo de exclusión” o “vulnerables” están prohibidas en el centro. Los técnicos y monitores especializados recomiendan utilizar en su lugar expresiones como “personas que han gozado de menos oportunidades” o que “requieren una intervención más especializada para su inclusión social”. La precisión lingüística cuenta cuando los protagonistas acarrean a sus espaldas historias de entornos familiares complicados o una sucesión de frustraciones académicas y personales , coinciden Enrique López, gerente del centro, y María Antonia Escobar, técnico responsable del proyecto. “El objetivo fundamental es facilitarles una formación integral básica que les permita superar sus carencias y adquirir unas habilidades mínimas de las que, por distintas circunstancias, carecen”, aseguran.
Es jueves y las aulas se vacían tras un puñado de horas de clase. Dulce Espinosa, una de las psicólogas del centro, felicita a uno de los alumnos por los progresos de las últimas semanas y le hace un encargo: “Acuérdate de desayunar”. La peculiar tarea encomendada resume, según los profesores, el catálogo de déficits que arrastran. “Los perfiles con muy variados, pero suelen responder a personas de baja cualificación, con casos de abandono escolar y que suelen tener problemas personales y familiares graves en su entorno directo”, define María Antonia Escobar. Y esas disfunciones, continuas y no corregidas a tiempo, florecen cuando se trasladan a la batalla del día a día: jóvenes que desconocen qué es la puntualidad, cómo relacionarse en grupo, mantener una conversación por teléfono o, simplemente, adquirir la rutina de levantarse para acudir a clase. Si eso simpless cimientos fallan, lanzarse al mercado laboral con garantías de éxito se torna casi una quimera.
Contra esa trinchera de dificultades se lanzan a diario los docentes y monitores del Centro Equal, y el balance final parece darles la razón. “Los resultados no se ven en un día, pero al final el cambio es evidente”, concluyen. Para alimentar la transformación, los alumnos son introducidos, tras una larga serie de entrevistas y pruebas personales, en alguno de los cinco itinerarios diseñados para combatir las carencias detectadas en función del grado de necesidad: Alfabetización, Formación Integral, Ocupación Específica, Especialización o el Programa Trabaja. Derivados y propuestos por cualquiera de los organismos del Comité Social (Servicios Sociales, Menores, Centro Asesor de la Mujer, el centro penitenciario...), los beneficiarios reciben formación en habilidades sociales, lingüísticas o en matemáticas, pero también nociones de igualdad de género, aproximación a las nuevas tecnologías, respeto al medio ambiente o higiene y alimentación. Todo suma para dar el salto, cuanto antes y en las mejores condiciones, al mercado laboral. “Tratamos de corregirlo todo. Nos han llegado chicos de 17 años que estaban escolarizados y no sabían ni escribir su nombre, o peones de albañil cualificados que no sabían sumar. Tenemos que corregir todo eso, porque de lo contrario estarán siempre en desventaja respecto al resto de competidores”, subrayan.
La crisis también ha ensanchado perfiles. “Se suele pensar que el alumno es un vecino del Príncipe, pero también nos llegan, por ejemplo, jóvenes de otros barrios cuyos padres se han quedado en paro y en su hogar todo se ha complicado”, matiza Escobar.
El trabajo psicológico es casi tan importante, si no más, como el formativo. De ello se encargan Dulce Espinosa y Vanesa Socías. Tantos años detectando carencias les permiten concluir que quien se acerca hasta el centro suele hacerlo con “graves carencias personales y académicas que no le deja arrancar”. Eso se traduce en un “déficit de autoconfianza que les impide controlar sus vidas”. Allí aprenden nociones tan básicas como “pedir la palabra, plantear una queja o hacer un halago”. Y los meses de complicidad les convierte a ellas casi en confidentes: “Te cuentan los problemas en sus familias, te piden consejo. O vienen y comparten contigo que han logrado el carnet de conducir”, relatan como ejemplo. Otros talleres tratan de desterrar el machismo arraigado en frases como “a mi mujer no la voy a dejar hacer...”.
Mil historias personales que convergen en un mismo punto: la “satisfacción” que, aseguran, proporciona ver a un exalumno lanzado, con garantías y libre de ataduras del pasado, hacia el mercado laboral.
“Aquí me abrieron los ojos; me hicieron ver que era válida”
La historia de Magda Mohamed constata que todo el esfuerzo concentrado entre las paredes del Polifuncional ‘Mustafa Mizzian’ acaba dando frutos. Tanto, que casi diez años después de pasar por las mismas aulas que ahora pisan los nuevos alumnos sigue acudiendo, cuando sus obligaciones se lo permiten, a saludar a los profesores y ponerles al día de sus logros personales, los mismos que los monitores le convencieron de que estaban a su alcance.
Magda reconstruye cómo se acercó hasta el centro cuando contaba con apenas 19 años. La derivó hasta allí Asuntos Sociales, hasta donde había acudido convencida de que necesitaba respaldo para revertir el escenario desfavorable en el que se había sumido su vida. “Llegué muy joven, pero a los cuatro meses lo dejé. Me casé y luego me separé. Y pensé ‘lo pasado, pasado está’. Como el curso me había gustado, volví”, relata en el despacho de las psicólogas que escucharon su caso hace un puñado de años.
“Estaba encerrada en mí misma, pensaba que no era capaz de hacer nada. Era supernegativa y no tenía ninguna idea clara. Aquí me abrieron los ojos, me hicieron ver que era válida para hacer lo que me propusiera. ¿Por qué no puedes trabajar o ganarte la vida por ti misma, por estar casada? Eso es mentira”, concluye partiendo de su propia experiencia.
Con el curso finalizado comenzó la búsqueda de empleo. Las monitoras le aconsejaron cómo enfocar su currículum para darle mayor visibilidad, o dónde presentarlo para que tuviera más posibilidades de éxito. Hoy ejerce como limpiadora en la Estación Marítima y confiesa sentirse “muy orgullosa” de poder garantizar su “independencia” con su trabajo diario, de haber alcanzado “todo lo que soñaba”. Y además dice sentirse “arropada” por su familia.
“Yo he descubierto que lo importante es que no te pisoteen, que nadie te diga ‘esto no se puede’. Hay que luchar, quitarte de encima tanta negatividad. Por suerte yo fui fuerte y logré cambiar. Si algo he aprendido es que una mujer puede hacer lo mismo que un hombre, todo lo que se proponga, lo que quiera. Pero eso sí, el cambio tiene que salir de ti”, subraya.
Nacida en Príncipe Alfonso y residente desde hace unos años en Príncipe Felipe, se niega a romper los vínculos ya personales que le unen a las que fueron sus monitoras: “Siempre echan un mano. Me alegra mucho haberlas conocido”.