El año 1922, el cabecilla rifeño Abd el-Krim infligió una dura derrota al Ejército español, en el curso de la apresurada retirada que ordenara el entonces General español Manuel Fernández Silvestre, cuya masacre cometida por el ejército rifeño contra nuestras tropas españolas en Melilla produjo la muerte de unos 13.000 soldados españoles, aunque otras fuentes señalan que las víctimas llegaron hasta unas 20.000 entre muertos, heridos, desaparecidos, mutilados y soldados vilmente masacrados por las tropas marroquíes y sus familiares, a los que las mujeres marroquíes remataron cruelmente y de la forma más sanguinaria con que pueda actuarse en una guerra tan atroz, hasta el extremo de cometer crueles y horribles crímenes contra nuestros combatientes, tales como arrancarles vivos dientes y muelas que los nuestros llevaban implantados de oro para después comerciar tan preciado metal, mutilarlos cortándoles las tropas marroquíes y sus familiares los órganos sexuales a los nuestros de la forma más inhumana y repugnante, como seccionarle los testículos y colocárselos en sus propias bocas como testimonio de la horrenda crueldad que con tanta saña actuaron. Y no digamos ya de los sanguinarios y vergonzosos medios de torturas de todas clases con los que tanto hicieron sufrir a los cautivos que se salvaron, pero que tuvieron luego la desgracia de caer en sus manos de alimañas.
Los españoles fueron sitiados y, después de resistir durante doce días, acuciados por la sed, el hambre y la falta de municiones, se rindieron el 9 de agosto, tras alcanzar un pacto con el enemigo, en virtud de las cláusulas acordadas, nuestras tropas entregarían las armas y podrían retirarse libremente hacia Melilla. Pero aquel pacto no fue respetado por los rifeños, que asesinaron a los tres mil supervivientes una vez desarmados, pese a la regla de oro que rige para la guerra desde la época de los romanos llamada “pacta sund servanda”.
“España entera esperaba que se alcanzaría en breve la bahía de Alhucemas, pacificándose definitivamente el territorio. Pero tal ilusión pronto se derrumbó de manera cruenta. El General Silvestre cometió numerosos errores e imprevisiones en su avance; subestimó al enemigo; no desarmó a las tribus rifeñas cuya lealtad había comprado”
“Pacta sunt servanda” es una locución latina, que se traduce como «lo pactado obliga», porque toda convención debe ser fielmente cumplida por las partes de acuerdo con lo pactado, y constituye un principio básico del derecho civil (específicamente relacionado con los contratos) y del derecho internacional. "El contrato es ley entre las partes". Así, en materia internacional se señala que: "Todo tratado en vigor obliga a las partes y debe ser cumplido por ellas de buena fe" (según lo señala el artículo 26 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969 y mismo artículo de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados celebrados entre Estados y Organizaciones Internacionales o entre Organizaciones Internacionales de 1986).
Dictámenes de Tribunales se han basado en los principios generales del derecho internacional, al consagrar el principio pacta sunt servanda y la buena fe, como hilos conductores de la acción de incorporar la norma al ordenamiento interno. Y este principio tiene amplia aplicación en material contractual en la escuela del derecho romano, figura ante la cual se pueden aclarar lagunas de la ley o incluso contraponerse a lo estipulado por la norma, siempre y cuando no sean términos irrenunciables, de manera de que bajo criterios de interpretación, la voluntad o intención de las partes contratantes debe ser valorada y respetada, en todo aquello que no contravenga las leyes, como norma suprema en sus relaciones.
Sin embargo, aquellos marroquíes contra los que entonces luchábamos, hicieron prisioneros a los oficiales para pedir un rescate. El resto de las posiciones españolas pertenecientes al área de Melilla se encontraban aisladas entre sí y fueron atacadas y sitiadas por los rebeldes rifeños. Algunas guarniciones pudieron escapar, pero la mayor parte de las tropas murieron en combate o fueron asesinadas por los rifeños tras haberse rendido los nuestros. O sea, que dicha regla internacional les sonaba a las tropas marroquíes a “música celestial”.
Desde enero del año 1921 el ejército español dirigido por el general Silvestre ejecutó una maniobra de avance progresivo partiendo de Melilla en dirección a la bahía de Alhucemas. Se consideraba esta bahía como el corazón del Rif y el enclave estratégico que era preciso tomar para dominar el territorio y acabar con la prolongada guerra de Marruecos que se había iniciado en el año 1909. Las tropas españolas estaban formadas por soldados del Reemplazo, aunque contaban también con unidades indígenas naturales de Marruecos: la Policía Indígena y los Regulares.
El armamento consistía en artillería anticuada y escasa, ametralladoras de poca eficiencia de la marca Cok que se sobrecalentaban al usarlas y fusiles Mauser de origen alemán, muchos de ellos deteriorados por proceder de finales del siglo XIX cuando España realizó las últimas guerras coloniales de Cuba y Filipinas. Los soldados estaban pobremente vestidos y calzados con alpargatas. Se les racionaba la comida y la renovación del calzado. Entre mayo de 1920 y junio de 1921, Silvestre protagonizó un espectacular progreso, rápido e incruento: avanzó 130 km sobre el Rif en 24 operaciones, estableciendo 46 nuevas posiciones con muy pocas bajas. Solamente, hubo 10 y 60 heridos. Ocupó Tafersit, adelantó el frente hasta el río Amekrán y obtuvo la sumisión de las cabilas de Beni Ulixek, Beni Said y Tensamán, llegando a acuerdos con sus cabecillas, ofreciéndoles dinero a cambio de su amistad.
España entera esperaba que se alcanzaría en breve la bahía de Alhucemas, pacificándose definitivamente el territorio. Pero tal ilusión pronto se derrumbó de manera cruenta. El General Silvestre cometió numerosos errores e imprevisiones en su avance; subestimó al enemigo; no desarmó a las tribus rifeñas cuya lealtad había comprado. Extendió mucho más de lo prudente sus líneas de abastecimiento y aguada. Las fuerzas de la comandancia de Melilla se distribuyeron entre nada menos que 144 puestos y pequeños fuertes o blocaos, a lo largo de 130 km de zona ocupada. Con fuerzas tan repartidas y aisladas entre sí no era posible hacer frente de manera eficiente a un ataque del enemigo. Las condiciones de vida de los soldados, ya de por sí malas, eran pésimas en estos blocaos.
En mayo de 1921, el grueso del ejército español estaba en el campamento base instalado en la localidad de Annual. Desde allí Silvestre esperaba realizar el avance final sobre Alhucemas. Entre Melilla y este campamento había tres "plazas fuertes" separadas unos 31 km entre sí, y en torno a él un anillo formado por otros pequeños fortines, cada uno con una guarnición que variaba entre 100 y 200 soldados. En la costa se habían ocupado las dos posiciones de Sidi Dris, cercana a la desembocadura del río Amekrán, y Afrau, algo más a retaguardia. Hasta este punto apenas se había disparado un solo tiro, aunque se guardaban las distancias con las tribus hostiles, y en las pequeñas escaramuzas que se producían apenas si hubo algunas bajas. Sin embargo, la posición de Annual era estratégicamente muy mala, se encontraba situada en un valle, rodeada de montañas y con accesos difíciles a la retaguardia. Un único camino principal la enlazaba con Melilla y este transcurría a través de pasos entre áreas montañosas que podían ser fácilmente tomadas por el enemigo que en consecuencia podía cortar la retirada y convertir el lugar en una auténtica ratonera, como de hecho ocurrió.
El general Silvestre había utilizado en la campaña todas las fuerzas disponibles, sin dejar prácticamente nada en reserva en previsión de un contraataque, sobre extendió sus líneas y no aseguró el abastecimiento, de tal forma que la llegada de víveres y municiones podía ser fácilmente cortada por el enemigo. Cometió por otra parte el grave error de concentrar gran número de tropas en Annual sin contar con los suministros necesarios para su mantenimiento, por lo que la capacidad para resistir en el lugar era muy limitada.
En cuanto al resto de posiciones, se encontraban desperdigadas, enclavadas en puntos elevados de difícil acceso: No disponían de agua en su interior, sino que había que transportarla casi a diario, a veces a distancias de hasta cuatro kilómetros, mediante caravanas de caballerías por estrechos y pedregosos caminos propicios a la emboscada. Además, las instalaciones no contaban con aljibes para almacenar agua y tener una reserva por si se producía un asedio. Ni siquiera podían prestarse apoyo entre ellas por las distancias que separaban una posición de la contigua. No es extraño que cayeran una tras otra en poder de los rebeldes sin opción alguna de resistir un sitio más allá de unos pocos días.
Los rifeños defendían su propio terreno del que eran grandes conocedores. Disponían de armas de fuego y estaban acostumbrados a usarlas con excelente puntería, pues las luchas en el Rif entre grupos rivales eran muy frecuentes antes de la llegada de los españoles. Con frecuencia hostigaban a las tropas españolas mediante francotiradores ocultos en las laderas montañosas. Estaban perfectamente adaptados al clima, incluso su ropa de tonos terrosos actuaba como un magnífico camuflaje. Eran maestros de la emboscada facilitada por el terreno montañoso. Su líder, Abd el-Krim, pertenecía a la belicosa cabila de Beni Urriaguel, había trabajado al servicio de España como traductor, conocía perfectamente las debilidades del ejército español y aglutinó a las diferentes kabilas para un ataque coordinado inesperado que sorprendió por su intensidad a los militares españoles que no supieron valorar en los primeros momentos la intensidad del movimiento y se vieron desbordados por los acontecimientos.
Animado por el éxito, Abd el-Krim dirigió entonces sus tropas contra la posición costera Sidi Dris, a la que llegó la madrugada del día siguiente, 2 de junio. Sidi Dris fue asaltada durante veinticuatro horas, siendo rechazados por la defensa realizada por el comandante Julio Benítez Benítez, que tuvo diez heridos (él mismo incluido), por cien rifeños muertos. El 22 de julio de 1921 la posición sufrió un nuevo asedio que duró tres días, al cabo de los cuales las tropas de Abd el-Krim se hicieron con el lugar, falleciendo casi la totalidad de la guarnición española.
A pesar del fracaso de Sidi Dris, la toma de Abarrán demostró a los rifeños la vulnerabilidad de los españoles. Abd el-Krim no dudó en exhibir los cañones y el material tomados, convenciendo a los rifeños que unidos podrían derrotar a Silvestre y obtener un gran botín, de modo que en pocos días los efectivos de su harka pasaron de tres mil a once mil hombres. Silvestre, creyendo que se trataba de acciones aisladas, no adoptó ninguna medida especial. Ocupó en respuesta Igueriben el 7 de junio de 1921, manteniendo de ese modo una posición adelantada entre Izumma y Yebbel Uddia, con la idea de defender el campamento de Annual por el lado sur. Después marchó a Melilla, para entrevistarse con su superior, el Alto Comisario Berenguer, y solicitarle refuerzos, municiones, víveres para la población y dinero para comprar a los rifeños antes de iniciar la ofensiva final.
El 17 de julio Abd el-Krim, antiguo funcionario de la Administración española en la Oficina de Asuntos Indígenas en Melilla, al mando de la cabila de los Beniurriagel con el apoyo de las tribus cabileñas presuntamente aliadas de España, lanzó un ataque sobre todas las líneas españolas. Igueriben, guarnecida por trescientos cincuenta hombres bajo el mando del comandante Julio Benítez Benítez, el defensor de Sidi Dris, no tardó en quedar sitiada. El 17 de julio Abd el-Krim inició el asalto, y la posición cayó el 22 de julio. Durante cinco días, y a pesar del esfuerzo de tres columnas de refuerzo, los españoles fueron incapaces de auxiliar la posición de Igueriben, fracaso que hizo cundir la desmoralización entre las tropas de Annual.
Tras la caída de Igueriben, el general Silvestre comenzó a actuar de manera errática. Ordenó, por ejemplo, al mayor Benítez intentar romper el cerco con una unidad, para después escapar, tras lo cual tanto Benítez como la mayor parte de sus hombres fueron masacrados por los rifeños, siendo solo unos pocos dejados con vida y tomados como prisioneros. Después de esta desgracia, la condición psicológica de Silvestre empeoró de manera dramática, y comenzó a mostrar signos de psicosis: se mostraba desaliñado con su bigote crecido —que, además, mordía de manera obsesiva—, hablaba consigo mismo en tercera persona, diciendo cosas sin sentido dirigidas a personas que no existían, y caminaba en círculos por horas pensando qué hacer.
Tras estos sucesos, se concentró alrededor del campamento gran cantidad de fuerzas rifeñas, al tiempo que la moral del ejército español caía por los suelos. Al comenzar el asedio de Igueriben, había unos tres mil cien hombres presentes en Annual. Al cabo de dos días se incorporaron mil más y, dos días después llegaron otros novecientos de refuerzo. Así pues, para el día 22 de julio, Annual acogía a unos cinco mil hombres (tres mil españoles y dos mil indígenas), con unas fuerzas de combate de tres batallones y dieciocho compañías de infantería, tres escuadrones de caballería y cinco baterías de artillería. Sobre ellos iban a lanzarse unos dieciocho mil rifeños al mando de Abd el-Krim, armados con fusiles y espingardas. Todo ello, decidió la contienda.