La lluvia fina es extraña y preciosa, si se mira a contraluz, y con un poco de viento, parecen diminutas centellas danzantes suspendidas en el aire, daría la sensación que no terminan de caer al suelo y sin embargo se nota su frescor alrededor. Es un suavísimo meteoro que llena el corazón de esperanza y alegría, uno se imagina gotas del espíritu divino bajando delicadamente para ir mojando sin imponerse ni molestar a la libertad individual, así al menos aquellos que no rechazan al Creador se podrían beneficiar de su gracia y gratuidad. Como esta agua preciosa y misteriosa, así van calando los conocimientos adquiridos con amor, el único sentimiento que nos acerca a la sabiduría. Los conocimientos fríos, no fertilizan el alma ni producen vibraciones interiores de emoción por los saberes.
Las visiones sobre los Santos Evangelios de María Valtorta, (mística italiana a la que nuestro Señor concedió muchos detalles de la vida del Redentor, y reveló ricas enseñanzas en relación a sus propósitos sobre la salvación de los seres humanos; muy apreciada por uno de los santos más importantes de los tiempos recientes, el padre Pío de Pietrelcina) nos ofrecen un amplio abanico de cuestiones doctrinales y también novedosas perspectivas divinas sobre el amor.
Hay muchas potencias desconocidas sobre este sentimiento que mueve todo el universo: el amor a Dios es el primero y desde el que emanan todos los demás en orden apropiado; el amor a los padres; a la esposa; al prójimo, a la ciencia y al trabajo. Por lo tanto, el ser humano en orden con su Creador, recibe una grata iluminación para que todos estos amores estén en harmonía, y no se produzcan idolatrías que nos desvían de la fuente luminosa y confunden nuestra frágil psique.
El conocimiento es muy grato al Altísimo, que es fuente de toda comprensión de las realidades tanto materiales como inmateriales. Para ello, contamos con el esfuerzo laborioso y la perseverancia en el descubrir todas las maravillas, cifradas con leyes en el cosmos y en nuestro pequeño y bello planeta. Ahora bien, la ciencia no puede, ni debe servir a la liberación del alma, que está solo reservada a Dios y a su plan de revelación y salvación. Pues la iluminación de la conciencia, que reside en nuestra propio espíritu inmortal, es lo que nos hace libres de ataduras y máscaras, e inclina nuestra propia mirada hacia el interior de nuestro ser, fuente de la luz y también morada de lo tenebroso cuando no estamos cercanos a lo divino.
La verdadera misión del conocimiento es hacer más sensible, humilde y agradecido al hombre y a la mujer, pues descubren amorosamente, todo lo que ha sido creado para su propio desarrollo y maduración espiritual. En definitiva, la presencia del amor en toda actividad humana, hace que todo se vuelva fructífero y harmonioso, dirigido hacia lo trascendent. Su ausencia, en cambio, nos hace descender hasta la animalidad más burda y nos convierte en servidores de la decadencia. Convertirnos en “sembradores de amor”, podríamos decir que es la tarea realmente importante en esta vida, y a la que nos convendría dedicarnos, todos los que poblamos este sublime planeta sinigual. Cualquier actividad debe realizarse sembrando amor tanto hacia el interior como hacia el exterior. Por ello, una actividad de investigación científica debe convertirse en una fuente inagotable de cariñosa dedicación enraizada en el conocimiento razonado y basado en pruebas contrastables que buscan la verdad racional. Todo lo cual en nada está reñido con la belleza y la bondad, que muy al contrario de lo que puedan pensar los más maquinistas y positivistas, realza, impulsa y corona cualquier expresión del pensamiento científico.
Es muy bonito dedicarse a una determinada investigación con fines de ayudar al progreso social. Y también me parece bastante grato y reconfortante reconocer las limitaciones mentales, y por ello, mirar hacia lo alto, y sentirse agradecido, por lo que se nos ha dejado comprender con nuestras pesquisas razonadas. Entender la complejidad esencial de la naturaleza, a pesar de ser un buen ejercicio, y elixir para el espíritu inquieto que llevo dentro, es tan inalcanzable para el ser humano, como lo es para un grillo, intentar alcanzar el sol a base de saltos. No obstante, las investigaciones de los fondos marinos, no cesan de ofrecerme agradables sorpresas, y retos que me orientan a nuevos conocimientos.
Esta última campaña científica de otoño en el archipiélago canario, ha deparado nuevas emociones, ligadas a peculiares hallazgos en el mundo de las esponjas marinas. Ya hemos indicado en otras ocasiones, que hay muchas especies crípticas que necesitan ser estudiadas y descritas convenientemente. Desde hace años, llevamos describiendo unos preciosos hábitats, que dominan las colonias de corales, que habitan en la penumbra (entre los 50 y 120 metros), y albergan sotobosques de esponjas amarillas. Estos preciosos cuadros naturales, han dado lugar al término ecológico de “fondos de esponjas amarillas”. Caracterizan la mayor parte de los arrecifes rocosos sumergidos entre las cotas batimétricas comentadas.
Lo más bello, ha sido poder descubrir que estas comunidades de esponjas, se diferencian por estar compuestas por distintas especies, a diversas cotas batimétricas, cercanas las unas a las otras, y que llegan a formar estirpes o linajes ecológicos diferentes. Exactamente, como está ocurriendo con los corales, cuestión que ya hemos sacado a la luz y continuamos trabajando afanosamente con toda la paciencia y el cariño que podemos. Es decir, a diferentes profundidades marinas, se repite el paisaje formado por grupos morfológicos similares de esponjas, pero compuesto por diferentes especies. Linajes con morfologías masivas que recuerdan en pequeña escala a las coliflores; otros parecen manitas de contornos delicados; algunas presentan formas digitiformes con ramificaciones, y otras con formas sinuosas; también hay láminas en forma de abanico, etc.
Por otra parte, Las esponjas, poseen una matriz de una proteína denominada espongina compuesta por numerosos poros que procuran el intercambio de agua, y muchos canales para dirigir el agua hacia las cámaras, donde son captadas las partículas alimenticias. Todas estas esponjas amarillas, erectas o masivas, tienen espículas de sílice que se utilizan científicamente, junto a otros caracteres, para diferenciar a las especies y dividirlas en géneros y familias. Hasta hace poco pensábamos que se trataba de dos o tres especies distribuidas por todo el archipiélago, la realidad parece muy diferente.
Ahora ya sabemos que hay distintas especies según las islas y que a 60 metros no habitan las mismas especies que colonizan los fondos a 80 y 90 metros. Además, dentro de estos linajes morfológicos, las hay rígidas o flexibles. Esto quiere decir, que poseen comportamientos ecológicos diversos. En general, todas estas esponjas amarillas, soportan bien la sedimentación, y cierto nivel de enterramiento. Las flexibles se doblan con el peso de los sedimentos, y pueden quedar enterradas cuando se producen movimientos naturales de arenas; en estos casos son capaces de crear unos “respiraderos” extensibles, que sobresalen de la arena, y mantienen a los ejemplares a salvo hasta que puedan desenterrarse. Por el contrario, los linajes de cuerpo rígido están más a salvo de los corrimientos naturales de sedimentos, y no suelen quedar enterrados, manteniendo siempre la posición erguida. Las propias morfologías en las que se dividen estos linajes nos hablan de su capacidad de adaptación y de sus estrategias para sobrevivir.
De esta manera, se cuece la ciencia, a fuego lento, y sopesando todas las posibilidades, antes de dar por sentado algún descubrimiento nuevo. Como la lluvia fina que va calando suavemente, así son los conocimientos adquiridos con amor.