La semana pasada, junto a un grupo de buenas personas, tuve la ocasión de viajar a las zonas afectadas por la Dana en Valencia para aportar alimentos y ayudar en lo que fuera posible. Me ha llevado un tiempo digerir aquellas vivencias, pero voy a comenzar resumiendo estas experiencias inolvidables.
En lo superficial, el paisaje era apocalíptico. De manera frívola diré que parecía una escena que podría aparecer en una película, pero que jamás imaginarías encontrarte en España con un panorama tan lejano y espantoso. El fango lo cubría todo, hasta las posesiones más valiosas de la gente, que eran apiladas en medio de la calle formando barricadas. Dentro, los inmuebles eran espacios diáfanos y oscuros, en los que se adivinaba su anterior uso por lo que se había sacado de ellos a sus puertas. Pero lo peor estaba claramente fuera, todo estaba devastado, los coches se unían al fondo de las calles para formar toneladas de chatarra, los árboles suplantaban a los postes, el mobiliario urbano brillaba por su ausencia y todo era barro marrón, mucho barro. En conclusión, un espacio que no parecía habitable ni real.
"El fango lo cubría todo, hasta las posesiones más valiosas de la gente, que eran apiladas en medio de la calle formando barricadas"
La segunda impresión tampoco mejoraba. Los ánimos de los ciudadanos locales, a pesar de haber pasado una semana no progresaban y es normal. No solo se advertía en sus miradas, al echar un vistazo al panorama, sabías que quedaban todavía meses o incluso años para que se recuperase la normalidad, si es que esto era posible. No es solo que el tiempo destruyera su coche o su casa, en el mejor de los casos (no quiero entrar en los que perdieron seres queridos), es que, habían perdido hasta la oportunidad de reconstruir sus vidas, no podían trabajar, no podían desplazarse y además no se les facilitaban todos los medios posibles para revertir la situación. Era como una escena dantesca en la que estabas condenado a sacar barro.
Pero no todo era malo, tengo que decir que la respuesta fue magnífica y no hablo de la del gobierno precisamente que más tarde abordaremos, me refiero a la ayuda de hombres y mujeres locales y venidos de otras tierras como nosotros. Todavía una semana después, las carreteras estaban repletas de particulares cargados hasta arriba con ayudas procedentes de todas partes, las calles rebosaban de voluntarios y funcionarios trabajando, ya fuera limpiando, repartiendo o clasificando las aportaciones. Todos trataban de poner su granito de arena y esto era agradecido en igual o mayor medida por los asistidos, que recuperaban algo de esperanza.
Esto podría resumir lo que se vivió in situ y desde el momento después, los sentimientos te abordan e inspiran reflexiones personales y sinceras que no pretenden ningún acto de alarde por lo realizado. Mi intención fue, tras conseguir llevar a cabo una serie de acciones, ayudar sobre el terreno de la mejor forma posible por los testimonios que me habían llegado de gente que lo estaba viviendo de primera persona
Se siente en la intimidad gratificación. El estar ayudando y aportar lo que puedes y encima ver que surge efecto, como podréis imaginar, llena a uno de gratitud. Por último se siente pena contenida porque a pesar de que todo el mundo se está volcando, la organización es bastante mejorable y, por lo tanto, los resultados podrían ser más efectivos, de contar con ayudas eficaces y herramientas adecuadas.
En cuanto a la respuesta del gobierno, sin entrar en si es autonómico o estatal porque considero que ambos han cojeado de la misma pata a pesar de ser opuestos políticamente, ha dejado mucho que desear. Popularmente, el slogan de “el pueblo salva al pueblo” ha sido adoptado por todos los perfiles del espectro ideológico. Con las protestas lo que se pretendía era atacar directamente a las clases gobernantes, que parecían que no estaban allí para ayudar si no para sacar rédito político. Pero no es la primera vez que vemos al pueblo unido recientemente, por el descontento de las actuaciones gubernamentales, a pesar de la polarización tan presente en la democracia postmoderna, que pretende convertir a los votantes en fanáticos que deben asumir cualquier dogma impuesto para derrotar al enemigo de enfrente.
¿Es que acaso los políticos no están a la altura? ¿Ha habido una degradación en los perfiles de nuestros dirigentes? ¿Está la clase política denostada? No seré yo quien responda a estas cuestiones, dejo que cada uno saque sus propias conclusiones.
A lo que si voy a hacer alusión es a lo que se esperaba antaño de los gobernantes y, para ello, me voy a apoyar en un par de clásicos, “La República” y “Las Leyes”, ambas de Platón..
En estas obras, lo primero que llama la atención, es la importancia de la función educadora en la ciudad platónica. Resulta fundamental e indispensable para alcanzar el ideal de comunidad social. En concreto, el gobernante debía ser educado y preparado exclusivamente para poder ejercer sus importantísimas funciones, que en el periodo actual son más complejas si caben. Lo segundo, es el papel poco privilegiado del gobernante, debiendo sacrificar en todo momento su interés propio por el común. Lo último que conviene destacar es como solo los mejores podían llegar a ser gobernantes, no pudiendo dejar esta alta responsabilidad en manos de cualquiera.
¿Hoy en día diríais que se persiguen estos objetivos? ¿Se ha visto la democracia que vivimos desvirtuada por los gobernantes? Si la democracia no está funcionando ¿qué nos queda?
Lo cierto es que para Platón, las formas de gobierno eran, de mejor a peor, la aristocracia o monarquía, la oligarquía, la democracia y por último la tiranía; entendiendo la democracia como un sistema en el que cada uno hace lo que se le antoja, dejándose llevar por el desenfreno de sus deseos. Es decir, en esta sociedad se le da más valor a la emoción que a la razón, al interés personal que a lo correcto. Por ello, los cargos no recaen en los más dignos y preparados, sino en aquellos que más intereses consigan satisfacer, que no es siempre lo correcto. Pero cuando la democracia se desvirtúa aún más, tiene lugar la tiranía, producida por un desorden causado por el exceso de libertad. En este escenario, prevalece la parte más inferior del Estado, en donde reinan las pasiones más viles e injustas encarnadas en el tirano.
En este último marco, lejos de gobernar la mejor gente para alcanzar una ciudad ideal, se produce la mayor degeneración social de las formas de gobierno.
No voy a responder a las preguntas anteriores, pero sí que voy a lanzar una última ¿acabaremos gobernados por tiranos?