Me hubiera gustado despedirme y daros las gracias a todo el personal que estuvo tratándome durante los meses que estuve ingresada, pero ya no puedo.
Gracias porque además de ser unos magníficos profesionales también sentí vuestra parte humana, tan necesaria en estos momentos tan delicados.
Gracias por vuestras caricias cada vez que tocaba ocuparos de mí, porque por vuestras manos sentía amor, cariño y dulzura, por vuestras palabras de consuelo cada vez que me cogíais una vía, de cuando entraste en la habitación, sin saber que ya había fallecido y acariciaste mi rostro diciéndome “Ay mi Carmen” y de otras tantas cosas que pudieron suceder durante el tiempo que estuve con vosotros.
También os pido perdón si en ocasiones os he sido incomoda. Por eso os llevaré siempre en mi corazón, aunque ya haya dejado de latir.
Con cariño Carmen 129-2.