La contemplación del planeta gusta y complace a la mayoría, es muy extraño encontrar personas que no les agrade observar los atardeceres, o las bonitas lunas de verano. A quien no le inspira contemplar un perfil aserrado de montañas en un día luminoso, que mente no se relaja mirando el azul y misterioso mar, o el discurrir de las aguas de los ríos, las marismas, las rías, o los abruptos acantilados costeros. Podíamos decir, incluso que es uno de los derechos más básicos y necesarios del ser humano, la recreación de su visión hacia el mundo natural, que lo incorpora a través del sentido de la vista a la belleza, y ya puede comenzar uno de los senderos, por los que se consigue la trascendencia humana. Así de sencillo, se puede conectar con la eternidad y con el sentido de nuestra existencia, pues la naturaleza tiene esta principal misión en el espíritu humano. Lo sublime remueve por dentro, abre los ojos del corazón, y nos impulsa hacia un mundo invisible, que vive y perdura dentro de nosotros siempre que lo acojamos con amor.
Si cualquier componente del paisaje puede llegar a constituir un elemento aislado con sentido propio, el conjunto de todos ellos, es mucho más que la suma de sus partes. Se podría decir incluso que el paisaje es algo muy difícil de aprehender, diríamos que imposible, puesto que siempre está cambiando y nunca es el mismo, depende de múltiples factores naturales que se encuentran en continua transformación. Por eso, un pintor o un fotógrafo podría captar infinitos matices en un paisaje concreto del mundo, cada amanecer, atardecer y anochecer revelarán aspectos misteriosos del mismo entorno o lugar. De esta manera, no nos podemos cansar de observar al horizonte, la vista se deleita y el alma se libera de los ruidos interiores y los pensamientos recurrentes. De alguna forma, el paisaje nos llama a un lugar invisible pero familiar, e inunda de quietud nuestro ser, si estamos el suficiente tiempo contemplando.
"La verdadera justicia, se puede formular como la voluntad de dar lo que es debido a todas las personas"
Esa conexión con la trascendencia abre puertas del entendimiento y procura inspiraciones poéticas y literarias propias de la condición humana. Son los momentos para hacernos preguntas fundamentales, y para absorber a boca llena el hálito de vida que nos rodea, intentado mirar más allá de nuestra mundanidad, acaso por un breve o brevísimo lapso de tiempo. En estas conexiones se recrea un ambiente propicio para la alabanza y la acción de gracias por la vida y todo lo que se nos ha concedido.
Es el contexto perfecto para interrogarnos sobre cómo estamos tratando los bienes que se nos conceden a diario, y las actitudes que desarrollamos con todo lo que nos rodea. Nada nos pertenece y todo se nos ha concedido, sin merecerlo, para madurar y progresar en el espíritu. Entonces, observando un paisaje podemos descubrir algo sobre quienes somos, de donde venimos y hacia donde nos dirigimos.
Así, observando la naturaleza, comenzamos a sentir una amable trascendencia que nos llena de amor y caridad por todo lo creado y nos renueva la promesa del paraíso, de nuestra verdadera función en el drama de la vida. Nuestro dominio evidente sobre el mundo, la capa superficial del planeta, (litosfera y biosfera) se pone de manifiesto en nombrar las cosas que existen (Génesis 2, 19-20) y establecer con ellas una relación de responsabilidad, y esto último nos lo enseña el catecismo de la iglesia católica, la doctrina social de la iglesia (pontificio consejo de justicia y paz) y una pléyade de trascendentalistas de todos los tiempos y conservacionistas de hoy en día.
De alguna manera, la ciencia de la conservación y los diez mandamientos de la afamada Jane Goodall, y de tantos otros entusiastas de la naturaleza, claman amor y caridad por la obra natural única e irrepetible. Sobre la singularidad del planeta para albergar vida hay muchas voces en acuerdo. No es nada fácil encontrar un sistema solar con las características similares a la Tierra, y que no tenga otras estrellas que provoquen alteraciones, o tamaños de planetas inapropiados, y más de una estrella en órbita que impidan la existencia de la vida por razones del escudo gravitatorio o de la temperatura.
Con todo esto, hoy en día existe una obsesión política por el progreso económico, a costa de la bajada al inframundo materialista, y a la pérdida y extravío de la identidad del ser humano, enredado en todas las banalidades consumistas, que se puedan llegar a imaginar con los perturbados ojos de la industria occidental. Y son muchos los conspiradores para la perversión de las almas y su vacío de contenido primordial, esto es el hambre del paraíso y la vuelta al origen junto a nuestro Creador. Walt whitman (véase perspectivas democráticas y otros ensayos), el gran defensor de la democracia americana bien entendida, subrayaba sobre la vorágine materialista estadounidense lo siguiente “es, hasta ahora, un fracaso casi completo en sus aspectos sociales y en auténticamente grandiosos resultados religiosos, morales, literarios y estéticos……Es como si, en cierta manera, estuviéramos dotándonos de un cuerpo vasto y cada vez, más perfectamente organizado, para dejarlo sin alma, o casi.” De la misma forma afirma, “La razón de que Cristo se nos apareciera en el terreno moral-espiritual de la humanidad, a saber, para mostrar que, por lo que respecta al alma inmortal, existe, en la posesión de esa alma por cada individuo, algo tan trascendental, tan incapaz de gradaciones (como con la vida) que, en esta medida pone a todos los seres en un mismo nivel.” Y yo diría que nos reconcilia con nuestra naturaleza verdadera, hechos para la salvación y las virtudes y no para los vicios y la condenación.
En una gran medida, y para nuestra desgracia, la política se convierte en un ejercicio egoísta del desarrollo del bienestar personal, y como consecuencia de esta deformación, se produce un crecimiento exagerado del aparato burocrático, que niega al ciudadano la posibilidad de participar activamente en la vida social y política. Por eso, se pierde mucho de la solidaridad debida entre los seres humanos y con respecto al mundo que nos rodea, entendida esta solidaridad, como la implicación de los hombres de nuestro tiempo hacia la deuda que tienen con la sociedad en la cual están insertos (principios de la doctrina social de la iglesia católica, pontificio consejo de justicia y paz).
"Entonces, observando un paisaje podemos descubrir algo sobre quienes somos, de donde venimos y hacia donde nos dirigimos"
En una sociedad tan desnutrida de espíritu y afán de sacrificio, los valores fundamentales de la vida social se van resquebrajando e incluso pudriendo. Ya no importa mucho vivir en la verdad, es más, está considerado contraproducente, decir la verdad en la mayor parte de las situaciones. Vamos cubiertos de máscaras y estamos inmersos en un gran carnaval macabro, en el que la mentira y su corolario, el relativismo moral, campan a sus anchas. Por eso, se miente cuando los interesados dicen que no van a destruir el paisaje, y que harán cosas buenas por el bienestar común, y que todo es compatible en nuestra querida ciudad, y que necesitamos desarrollo, aunque ellos se visten de desarrollismo, todo una gran mentira. En Ceuta, por ejemplo, los destrozos del Monte Hacho son muy evidentes y las amenazas especulativas también.
También se desvirtúa la libertad real, convirtiéndola en un ejercicio arbitrario e incontrolado de la propia autonomía personal. Solo existe libertad si hay verdad y justicia entre las personas y con respecto hacia nuestro entorno común. La misma libertad es capacidad de rechazar lo que es moralmente negativo y atenta contra un bien común tan preciado para nuestro espíritu como la naturaleza y sus paisajes. Asimismo, la justicia sufre mucho con todo este sistema de papeles para todo y carente de espíritu.
La verdadera justicia, se puede formular como la voluntad de dar lo que es debido a todas las personas, sean divinas, humanas o puramente naturales. Además, no es una simple convención humana, al igual que la libertad y la verdad, pertenecen al ámbito de lo divino donde se producen de manera perfecta. De hecho, se encuentran determinadas en la ley natural infundida en el alma y por lo tanto pertenecen a la identidad profunda del ser humano. El gran filósofo Platón podría indicar que todas ellas existen por sí misma en el mundo de las ideas.
Por todo lo expuesto, defender la integridad de los paisajes que nos quedan en nuestra bellísima y sagrada tierra ceutí, es del todo fundamental para preservar tanto la naturaleza que contienen, la identidad geográfica e histórica y en gran medida la salud de nuestro cuerpo y alma.