Recuperar el espíritu de la plataforma sanitaria es el reto. Cuando los gestores no funcionan es el pueblo el que tiene que recordar que lo público es de todos, que lo público tiene que estar protegido, que lo público es la gran joya que no puede destruirse.
La entidad que llegó a salir a la calle, que movilizó a una parte de la sociedad, tiene que ser capaz de recuperar esa chispa sin la losa de siglas que, en parte, quisieron aprovecharse de esa crítica ciudadana para sus fines particulares.
La situación ha cambiado bien poco, las quejas y los motivos que las generan siguen siendo los mismos. La empatía, la cercanía de los mandamases y su capacidad de conectar con el ciudadano son inexistentes. Se ha visto en pequeños casos, pero también en graves asuntos que han copado los medios de comunicación como fue la reciente muerte de Mariam.
Se ha roto la cadena y el ciudadano, abandonado, se topa con el muro de una sanidad resquebrajada, en la que no funcionan los recursos y cuyos responsables solo saben enviar notas de prensa enlatadas que más parecen campañas de imagen y traer a responsables que hablan como portavoces de un mensaje oficial que no casa con el que se vive.
La sanidad debe funcionar fortalecida en una Ceuta que, junto con Melilla, siguen siendo territorios Ingesa. No se puede cansar al ciudadano para forzarle a pasar por la privada, buscando la destrucción del sistema público. Y por esa rueda parece que nos quieren hacer pasar.
La plataforma tiene que ser capaz de reunir a quienes, como usuarios, somos perjudicados por lo que debería funcionar mejor. Tiene que hacerlo sola, sin dominios externos, liberada de etiquetas que impiden cambios urgentes.