Un buen gobernante debe ser el mejor gestor de su pueblo. De todo su pueblo. En Ceuta, ni la delegada del Gobierno ni el alcalde están siendo justos con esos hombres y mujeres a los que la frontera transformó en invisibles. La imposición de nuevos criterios para cruzarla, como la petición del visado, ha dejado a muchas familias atrapadas en un limbo, con sus pasaportes caducados, sin poder siquiera ser contratados o iniciar una regularización aun llevando, como hay casos, toda su vida en Ceuta. Esta es su tierra, ponga lo que ponga en el pasaporte.
Ellos y ellas tienen rostro, nombres, apellidos, hijos, historias, vivencias que deben conocerse. La delegada y el alcalde tienen que escucharles y actuar. La primera, por ser la máxima representante del Gobierno de la Nación en Ceuta; el segundo, por ser quien lleva las riendas de una ciudad en su conjunto. Ambos, porque esos hombres y mujeres representan los daños colaterales de una frontera que se ha levantado como un muro y que no entiende de situaciones personales.
En la vida no todo es blanco o negro. Entre uno y otro hay una gama de tonos que tienen su atención, pero hay que saber verlos.
No podemos hacer como que estas personas no existen. Ellas son las amas de casa que trabajaban en casas, el ‘chapuzas’ que arreglaba cualquier incidencia, el vecino al que siempre hemos saludado porque se ha terminado criando en Ceuta. Son rostros conocidos que se sienten extranjeros en la tierra en la que han pasado toda una vida y a los que, de un plumazo, se les han cerrado todas las puertas.
Con sus pasaportes caducados no pueden realizar ningún trámite. Cruzar a Marruecos supone no poder volver jamás a pesar de tener propuestas de contrato de trabajo. Marchar a Algeciras para la renovación es imposible sin tener pase. No pueden mirar ni hacia un lado ni hacia el otro. Y no es un caso, ni dos. Son, según estimaciones, unas 200 personas en esta situación, personas que tienen al menos derecho a ser oídos, qué menos.
Tenemos muchos problemas que resolver en Ceuta, claro que sí. Y uno de ellos es el de estos residentes que llevan 5 años como una pelota, sin que nadie actúe, apartados de la sociedad, escondidos de la difusión pública. Mirar hacia otro lado es un ejemplo indecente de soberbia que no sirve. Gobernar y mandar para todos significa también hacerlo para los invisibles.
Tiene razón, Sra Echarri, mirar para otro lado es una manera de enfrentar los problemas muy utilizada en nuestra ciudad y, lo que se podía haber resuelto dedicándole la atención y el tiempo necesario y de la forma más justa, acaba en un desastre. Es una pena.