El PP lleva tiempo nervioso, incurriendo en la indecencia de exigir lo que ellos fueron incapaces de hacer. Que lo de la aduana comercial es un cachondeo lo sabemos todos, como la mítica hoja de ruta a cumplir entre España y Marruecos y tantas otras cosas que quedan muy bien en las tarjetas de presentación, pero luego no se ejecutan.
Si analizamos las últimas comparecencias ofrecidas por el Gobierno central al respecto, todas están marcadas por los mismos compromisos, trabas y anuncios. No hay nada nuevo en años. Seguimos a la espera de ver si Ceuta tendrá esa aduana y Melilla reabrirá la que se cerró.
De momento no hay más que caos, decomisos de mercancía, normas duras para algunos pero demasiado benévolas para otros, un contrabando en el punto de mira, expedientes internos a diestro y siniestro, comisiones de investigación… La frontera no funciona como debiera, aunque nos cuentan que quieren que sea como la de Gibraltar.
Todo esto puede ser objeto de crítica, de dura crítica, pero no precisamente desde la bancada del Partido Popular. Que lo haga, además de indecente es pura hipocresía. El PP nunca ha hecho nada por la frontera, ha tenido durante años un paso tercermundista con jaulas por las que hacía pasar a las porteadoras. Nunca, en todos sus años de Gobierno, ha sido capaz de valorar siquiera la apertura de una aduana comercial, ni tener con Marruecos las relaciones suficientemente serias como para marcar una hoja de colaboración.
Por eso, precisamente por eso, esos 90 días de plazo que le da al Gobierno para abrir las aduanas es una burla a todo ciudadano que siga cuidando eso que se llama memoria histórica.
No todo partido está autorizado para determinada crítica. El PP en materia de frontera, como de inmigración, debe callar la boca porque su historial además de pésimo siempre ha terminado chocando con la justicia.
Hablar de frontera les viene grande, al menos a ellos sí.