Al doblar el Faro de Tarifa, puse rumbo a Ceuta. Navegaba en solitario en mi viejo velero "ERRANTE", con las velas desplegadas y un punto de motor, ya que soplaba un suave viento de Poniente.
Eran las 03:00 horas y el tráfico de mercantes en el Estrecho era continuado.
Cuando me encontraba en la mitad del Estrecho, comenzó a formarse una densa niebla, que hizo que extremara las precauciones.
Curiosamente, ya dentro de la niebla, el silencio se hizo absoluto y deje de oír las preceptivas sirenas de los barcos, que se ponen en marcha ante tal evento.
Cuando quedaba escasamente una hora para el amanecer, emboqué la entrada al puerto de Ceuta y me llamó la atención que no pude hallar el Puerto Deportivo, que aparecía en las Cartas.
Lentamente, atraqué en el muelle junto al antiguo Frigorífico de IGFISA y (sorpresa) al volver la vista a babor, divisé el querido CIUDAD DE TARIFA, atracado en su lugar en mis años de juventud.
Cansado como estaba, me eché a dormir y tuve sueños que me transportaban a mi olvidado pasado en " La perla del Mediterráneo ".
Al mediodía me desperté y después de asearme, subí la escala de hierro empotrada en el muelle, con el fin de encontrar un bar para desayunar.
Y entonces lo distinguí. Allí estaba el Frigorífico, con sus "volaores" y bonitos secos secándose y los operarios trabajando a pleno rendimiento.
Sorprendido y anonadado, me acerqué a la ventana que daba a las oficinas administrativas y entonces lo distinguí.
Allí estaba mi padre, Enrique Carmona Oyonarte, director del Frigorífico, tecleando su máquina de cálculo en aras de la contabilidad.
Qué joven estaba, Dios mío; que señorío desprendía y cuánto lo echaba de menos.
Mi leal Jackie, un soberbio pastor alemán, estaba a sus pies y, al verme, levantó las puntas de sus orejas y olfateó el aire circundante.
Mi corazón cabalgaba a un ritmo frenético y opté por darme una vuelta por aquella ciudad de los años 70, que tan bien conocía.
Y fui visitando cada uno de los lugares que tanto amaba y que me formaron como adulto.
Incluso me crucé con algunos de mis viejos e íntimos amigos como Chupi y Quique Suárez ( de trece años) que por supuesto, no me reconocieron.
Pero la mayor sorpresa, fue divisar a mi querida amiga del alma, Blanca, que jamás he olvidado.
Estuve en el edificio sede del inmortal FARO DE CEUTA, donde mi padre publicaba sus artículos semanales y en el que en la actualidad , yo era un colaborador más.
Al caer la noche, solté amarras y abandoné aquella hermosa ciudad, antes de que mi cerebro estallara con ese regalo de los dioses.
Sólo esperaba que en el camino de vuelta, atravesara de nuevo aquella espesa niebla y que me devolviera al presente.
La travesía me la pasé anotando este bendito regalo, que LA MUJER MUERTA me había regalado.
P.D. La vida sólo debe vivirse una vez. Los recuerdos son el pasado y las escasas esperanzas, son el futuro.