Tendremos un chip subcutáneo que nos identificará. Contaminaremos el espacio y moriremos de enfermedades ahora desconocidas. Podremos descargarnos cualquier cosa porque todo será tan instantáneo y global. Pero aun así habrá asesinatos con matarifes esperando tras la puerta cuando lleguemos a casa. Lo mismo se nos cuela por la ventana del dormitorio- aunque vivamos en un primer piso- convidándonos a 40 puñaladas. No recuerdo si en el juicio de Morante por haber asesinado a su ex y la amiga de ésta o en el de Lebrija por las 40 puñaladas, uno de los policías – testificando-dijo que uno de los acusados le había comentado que lo encerrarían, pero que él se había quitado un problema de en medio. No les basta con dañar, vejar, humillar o acosar sino que encima quieren tratarnos como basura y exterminarnos. Por eso Morante tenía todo preparado para hacer desaparecer a Marina entre sacos de cal vida.
Solo que no tuvo los reaños para cavar en piedra su tumba, por eso encontraron los cadáveres de ella- que era el principal objetico- y el de su amiga que la había acompañado temiendo que le pasase algo como eso. Pero en realidad no lo creía, porque nadie pensaría que un asesino lo es porque le vemos la pupila de los ojos. Créanme tampoco yo lo hubiera pensado. Nos dicen que les pegan, que las maltratan, nos pueden enseñar los moratones, pero no puedes a llegar a creértelo del todo, porque no estamos preparados para asimilar tanta monstruosidad. Laura confió en que la normalidad existía, en que las cosas que Marina le pedía a su ex le serían devueltas y todo volvería a la normalidad, porque ella estaba allí y llevaría cordura a esa situación encastrada. Nunca pensaría nadie que iba a pasar aquello, porque nadie podría creer- en su sano juicio- que un ex pudiera llegar a odiar tanto a una persona como para hacerle eso.
Pero entonces ya no era Marina, ni su ex sino algo que le había negado el derecho a ser poderoso, algo que le había minado su autoestima, algo que se había convertido en un problema que le quemaba por dentro, tanto como para tirarse de un balcón con tal de que dejara de respirar molestándole con ello. Los asesinos de mujeres son mala hierba, incluso para sus hijos a los que matan por hacer daño a sus parejas. No me extraña que Ruth, la ex de Bretón, haya querido zanjar vínculos -con él –eclesiásticos. Debería limpiar hasta el último rastro de él -en su vida -al modo romano de eliminar la memoria cuando un enemigo del imperio les había hecho daño. No hay nada más definitivo que eso. Lo mismo podían tomar nota los presuntos asesinos de género y borrar esa mirada de odio, borrar todo lo que aún no se han dicho y coger los bártulos y cruzar el horizonte para no hacer daño a nadie que alguna vez hayan querido. Pero sinceramente empiezo a dudar que hayan querido. Antes sí, porque los roles están muy asumidos en alguien como yo que se ha criado en el argot sexista de que ellos son más listos y nos deben cuidar para que prosperemos.
Ese sí que creo que es el problema, que prosperamos sin ellos, elegimos con quién nos acostamos y cuándo. Por mucho que se nos meta un ex por el balcón para mirarnos los mensajes del móvil, volamos como las golondrinas libres en el tiempo. A pesar de las amenazas-de los acosos –seguimos siendo personas pensantes, con libre disposición y voluntad de perdurar en el tiempo. Por eso deberíamos extremar los cuidados, ser tan astutas como siempre lo han sido siempre todas las hembras y cuidar nuestra vida y la de los que queremos. Puede que nos inserten un chip subcutáneo para que podamos saber cuándo el machista está cerca, dónde lo puede atrapar la policía para meterlo entre rejas, porque la comunicación será global e instantánea. Puede que los llevemos a una colonia espacial donde estarán los que no entiendan de leyes, ni de personas con derechos a ser libres. Pero eso será mañana. Ahora hay que andar con cuidado, hacer escuela, cantera de gente sin distinciones de géneros sino combatientes por la igualdad para que nos sucedan en este mundo instantáneo y global de amplias aceras.