En mi reciente viaje a Toledo, ciudad mágica donde las haya, compré en una de las tiendas más alejadas del Centro Comercial, un anillo de plata con el sello de los Caballeros Templarios: "Sigillum Militum Xpisti" (Sello de los Caballeros de Cristo).
Era una tienda bastante antigua, regentada por un viejo judío de unos ochenta años y un carácter - digamos - un tanto arisco.
El anillo me llamó la atención y ni siquiera (extraño en mi), regatee el elevado precio.
Después de envolverlo en una caja de terciopelo negro, el anciano, antes de salir por la puerta, me dijo unas palabras que me dejaron momentáneamente algo preocupado: " Ese anillo viene con sorpresa".
Salí de la ajada tienda y se lo mostré a mi esposa, orgulloso de como lucía en mi dedo corazón .
Como no podía ser de otra forma, mi mujer me recriminó el precio abonado por ese capricho intrascendente.
Pero...ya era mío y me acompañaría en un futuro.
De vuelta a mi hogar, los días transcurrieron pacíficamente; de vez en cuando, miraba mi precioso anillo y me congratulaba del día en que lo adquirí.
Hasta que llegó la fecha que marcaría mi vida.
Normalmente, me quitaba el anillo para dormir; lo depositaba encima de la consola de mi dormitorio y, al levantarme, me lo ajustaba en el dedo.
Esa mañana del 18 de marzo de 2024, tras colocarme el anillo, sentí como una pequeña quemadura.
No le dí mayor importancia, hasta que al mediodía, el anillo me quemaba literalmente la piel. Intenté quitármelo, pero no hubo forma. De modo que tuve que acudir a Urgencias del Hospital más cercano, para que cortaran el anillo y me deshicieran de él.
Lo lograron, con muchas precauciones, pero la piel sufría una quemadura de tercer grado y la marca del anillo, quedó indeleblemente marcada sobre el dedo, necesitando de un par de semanas con pomadas antibióticos para que dejara de supurar.
Definitivamente, ahora tenía grabado un anillo natural de un rojo carmesí, que iría diluyendo su color con el tiempo.
Al salir del Hospital, intenté encontrar una explicación medianamente lógica sobre aquel suceso y entonces, rememorando mis lecturas sobre los Templarios, caí en la cuenta de que un 18 de marzo de 1314, el último gran maestre de la Orden, Jacques de Molay, fue quemado en la hoguera por un contubernio entre el Papa Clemente V y el rey de Francia, Felipe IV, acabando con la reconocida orden seglar.
Muchos me diréis que aquello fue fruto de una coincidencia aleatoria sin ninguna causalidad, pero yo no lo creo así y, desde entonces, no luzco ni el anillo de boda, no vaya a ser que mi esposa, en nuestro aniversario, me eche una maldición y se me queme el dedo sano.