El amor de una madre hacia su hijo converge entre caricias, ternura, paciencia, comprensión, aleccionamiento, recordatorios, buscar su independencia y tenerlo lo mejor posible.
Cuando su vástago tiene una pequeña deficiencia es la primera en encontrarla y, con su bandera levantada hacia una batalla porque tenga lo mejor su hijo, se produce esos eternos encuentros entre lo común y lo infrahumano.
Aunque todos apuesten por el mal, allí estará la guerrera que dejará de lado todos sus tareas y volcará sus atenciones hacia su hijo débil.
Y día tras día, lloros y dolores, escollos, tormentas, relámpagos, estará allí presente para levantar, una y otra vez, a su pequeñín, que lo ha tenido ella durante esos largos nueve meses en sus entrañas.
Buscará la mirada cómplice de los suyos, ya que los encuentros contra las caídas de moral estarán muy presentes, y allí, delante del Sol infernal, librará mil oraciones, que la harán aún más fuerte y se convertirá en una titana con vistas a un mañana, donde su hijo estará en sus regazos y nunca solo ante los encantos de la serpiente, del mal mundano.
Doy mi mano de ayuda, mis ideas de reconfortar, mis escritos dando ánimos, a todas y todos los que se enfrentan a momentos de malos tragos, por hijos o familiares.
Hay que estar ahí, ser fuertes y duros, ya que lo somos y seremos.
Nuestras caídas serán reconfortadas, nuestras desgracias serán caricias del Altísimo, y nuestra felicidad vendrá algún día, aunque sea en el Más Allá.