Es un asunto recurrente. El concepto del miedo, lo desconocido y los intereses de aquellos que quieren mover el pensamiento social llevan a este tipo de equívocos intencionados. Hay auténticos artistas en el dominio del lenguaje del miedo, en mezclar interesadamente conceptos. En ese bastardo arte se cuelan las tesis más radicales que terminan equiparando la inmigración con el terrorismo. Con dejar caer que entre los asaltos, las avalanchas y las presiones pueden calar los radicales se ha dado un gran paso en la movilización de la sociedad en contra de los inmigrantes. Que estos hilos los mueva el gran poder resulta peligroso, porque juega con conceptos falsos pero a sabiendas de que así ganará a la población que será fácilmente manipulada en el sendero del odio y de la culpabilidad predeterminada.
Tras la cumbre del G6 las oenegés han montado en cólera -no es la primera vez que lo hacen-, denunciando la equiparación de ambos conceptos por quienes deberían velar por la fiel defensa a la verdad. Pero desgraciadamente impera el poder de lo tóxico, interesa culpar antes que averiguar, se busca extender un rechazo generalizado para que sea sencillo buscar culpables entre quienes no pueden defenderse.
A esta corriente se suman aquellos movimientos mediáticos que convierten su mentira en bandera y consiguen, moviéndose entre esos miedos, los adeptos necesarios. ¿Recuerdan aquellas informaciones de violaciones masivas supuestamente cometidas por refugiados y las reacciones que se produjeron cuando todo era mentira? La sociedad, con el pensamiento ya manipulado, creía lo que no había visto, defendía lo que era incierto y terminaba odiando al diferente porque le habían hecho creer que era el causante de todas las ruinas.
Hoy sigue pasando. En nuestra ciudad ha ocurrido. ¿Recuerdan esas portadas que animaban prácticamente a linchar a los MENA?, ¿cómo se culpaba de todo lo malo a los mismos?, ¿cómo la verdad sobraba ante lo que interesaba difundir?
Nuestros dirigentes políticos deberían extremar el cuidado de su lenguaje porque pueden provocar un mal mayor tan generalizado que desemboque en odios, en prejuicios, en conceptos que una vez extendidos y afianzados son tan difíciles de erradicar que terminamos convirtiendo la sociedad en pequeñas micro-sectas. Lo más grave es que saben que meten la pata, pero siguen incurriendo en el mismo error. Su insistencia asusta.