Cuando en 1415 el Rey Juan I de Portugal tomó la ciudad de Ceuta, lo hizo con una larga preparación y unos planes para su futuro. Todos los países del mundo, han tenido momentos en su historia en los que han soñado con su expansión. No hay región, ni continente, ni cul- tura que haya podido sustraerse a esa ambición.
En el siglo XV los reinos cristianos de la península estaban consi- guiendo su reconquista y Portugal no quería luchar contra Castilla, por lo que puso su objetivo al otro lado del Estrecho. Nada más hacer- lo, trató de que su nueva población tuviese el mayor grado institu- cional que en aquellos momentos podía tener una ciudad cristiana. Así, la dotó de gobernador con funciones político-militares, ase- sorado por una Cámara municipal, le dio un escudo y acuñó una mo- neda con su nombre, y dotó a sus habitantes de fueros y privilegios.
Como monarca, añadió a su título de Rey de Portugal y del Algarve el de Señor de Ceuta, pero él quería más, quería convertirla en diócesis y dotarla de un prelado propio. El momento era muy complejo para la Iglesia, en pleno cisma y así, cuando se confirmó la noticia de la conquista, se hizo al antipapa Benedicto XIII, a quien prestaba obediencia el Reino, y con quien debieron hacerse gestiones des- pués para conseguir lo pretendido.
A finales de 1417, fue elegido Martín V como Pontífice, durante el concilio de Costanza. Resuelto el cisma Juan I de Portugal reno- vó sus peticiones ante el nuevo Papa. Las bulas que reconocen la conquista de Ceuta y encomien- dan a los arzobispos de Braga y de Lisboa a que dieran los pasos para fundar la nueva diócesis están firmadas el 4 de abril del primer año del pontificado de Martín V. Es decir, que si Martín V fue elegido el 11 de noviembre de 1417, esto debió ocurrir en 1418, como ya rec- tificaron obras como el Bullarium Franciscanum y la Monumenta Henricina. Otras obras continúan recogiendo el año de 1417 como el del documento.
Antes de proseguir en trazar unas líneas de lo que ha sido la historia de la diócesis septense, hay que decir que los orígenes cristianos de la ciudad nos remiten a una comunidad criptocristiana que debió existir a la promulgación del Edicto de Milán del 313 por el que se autorizaba la práctica de la fe sin limitaciones.
La base de esta afirmación está en la cronología de la basílica tardo- rromana de Ceuta, precisamente del siglo IV, que presenta una ampliación en la fábrica y varios niveles de enterramientos.
Los cristianos locales debieron transitar los caminos de la fe de aquellos primeros tiempos, con sus aciertos y sus errores, con bizanti- nos, visigodos y vándalos, hasta que con la llegada de las tropas musulmanas en el 709 se convirtie- ron, de nuevo, en minoría tolerada, en comunidad mozárabe. Debió ser una Iglesia numerosa, que en tiempos de los bizantinos tuvo otro templo que las fuentes medievales islámicas dicen que ocupó el solar de la Mezquita Aljama, y pudo ser sede episcopal, según recogen numerosos historiadores.
Los siete siglos de dominación árabe tuvieron etapas muy dife- rentes, ya por las invasiones veni- das del sur o del norte, ya por los períodos de cierta independencia. En muchas de ellas se consintió la existencia de arrabales y alhón- digas cristianas, en los que llegó a haber sacerdotes al cuidado de aquellos correligionarios, los más mercaderes genoveses, mar- selleses, pisanos o aragoneses, y algunos esclavos y cautivos.
Precisamente en el siglo XIII una de esas comunidades recibió a San Daniel y sus compañeros, francis- canos que recibieron la palma del martirio en nuestra Ciudad. Y a mitad de la centuria fue nombrado obispo, con el título de Ceuta, fray Lorenzo de Portugal, guardián del convento de franciscanos de Toro.
Volviendo a la presencia portu- guesa, las bulas de 1418 dejaban puestas las bases para dar categoría de Ciudad a la antigua Medina Sebta, convertir su templo principal, ya fuera mezquita o si- nagoga, en Catedral y determinar su demarcación.
Así pues, el 4 de abril de 2018 se celebra el 600 aniversario de la fundación de la diócesis y del título de Ciudad otorgado a Ceuta por el Papa Martín V. Su refrendo vendría por la Sentencia Ejecutoria de Cintra, firmada el 6 de septiembre de 1420 por los prelados de Braga y Lisboa don Fernando da Guerra y don Diego Alvares de Brito.
Meses después, el 4 de marzo de 1421 Martín V, en una nueva bula, disolvía el vínculo de fray Amaro de Aurillac con la diócesis de Marruecos –para la que había sido designado en 1413 por el antipapa Juan XXIII- y lo preconizaba para la flamante diócesis de Ceuta.
Los prelados de Ceuta en el siglo XV rigieron la diócesis mediante gobernadores eclesiásticos, resi- diendo en ella canónigos y bene- ficiados que componían el cabildo catedralicio y curato, más dos comunidades de frailes.
A comienzos del siglo XVI el obis- po fray Henrique de Coimbra –fa- moso por ser el sacerdote que dijo la primera Misa en Brasil- adquirió la villa de Olivenza –entonces lusa-
para fijar en ella su palacio, en el que vivieron sus sucesores hasta que en 1570 se unieron las Iglesias de Ceuta y de Tánger en una sola mitra y sus titulares pasaron a vivir a Ceuta.
Esta decisión venía impuesta por el Concilio de Trento, que había dispuesto el tiempo que tanto los prelados como el resto del clero tenían la obligación de residir en sus feligresías, lo que no había sido común hasta entonces.
Felipe II, al incorporar a su corona la de Portugal no alteró para nada esta situación, pero cuando en 1640 los Braganza consiguieron la Independencia lusa, Ceuta se mantuvo fiel a España, y Tánger siguió el partido de Juan IV, lo que dividió en dos la diócesis.
Ante las presiones de ambos rei- nos, la Santa Sede decidió esperar al fin del conflicto, que llegó con el tratado de paz y amistad de 1668. Hubo de nuevo que recurrir a Roma para dar nuevos límites y rentas al obispado y nombrar un prelado, lo que se hizo esperar hasta 1675.
Antonio Medina Cachón abre un período de prelados jóvenes, que vinieron a Ceuta con ilusión de trabajar y hacer carrera episcopal. Lo mismo ocurría con los vicarios, gobernadores y canónigos. Eso permitió ver pasar por la mitra de Ceuta a futuros arzobispos de diócesis importantes, como también ocurrió con sus vicarios, siendo especialmente recordado el gibraltareño Diego de Astorga, que ostentaría la púrpura del car- denalato unida a la sede de Toledo.
A finales del siglo XVIII, la crisis económica lleva a la Corona a ini- ciar un proceso desamortizador que la enfrentará con la Iglesia. Las reformas de la ilustración ponían su acento en el exceso de religiosos de nuestro país y para resolver todos estos asuntos se negoció con la Santa Sede una solución.
A comienzos del siglo XIX ya se hablaba claramente de la necesidad de reagrupar diócesis y en el Concordato de 1851 venía Ceuta entre las diócesis a desaparecer. En aquel momento se hallaba vacante por el fallecimiento de Juan José Sánchez Barragán y Vera y estaba gobernada por un vicario capitular.
El Concordato exigía unir la dió- cesis a la de Cádiz y nombrar un obispo auxiliar para Ceuta, reduciendo su cuerpo de catedral al de colegiata. Nada se hizo y la situación de abandono llegó al punto de que los obispos de Cádiz se negaron sistemáticamente a administrarla, por lo que los canónigos siguieron nombrando vicarios capitulares para ello.
Entre 1876 y 1879 se nombraron dos Administradores con título de episcopal para Ceuta, aunque con título in partibus in fidelium, los obispos de Claudiópolis y de Antipatro, pero visto el fracaso, se forzó la aceptación de dicha administración con el nombra- miento de Jaime Catalá y Albosa como Obispo de Cádiz. A partir de ese momento, 1879, y hasta la preconización del Patriarca de las Indias como primer Obispo de Cádiz y Ceuta en 1933 fueron Administradores Apostólicos de la diócesis de Ceuta.
La nueva situación de la diócesis no varió mucho lo sucedido hasta entonces. Los obispos mantenían vicarios generales en Cádiz y en Ceuta, con sus dos catedrales y respectivos cabildos. Había una respetuosa independencia entre ambas diócesis que se beneficia- ban mutuamente en temas econó- micos y humanos.
Naturalmente, no siempre ha sido fácil la relación, que necesita del conocimiento de la historia que ha dado lugar a tan singular situa- ción, pero se sigue construyendo día a día.
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