Hoy se cumplen 23 años del día en el que Ceuta despertó a la realidad de la inmigración. Una realidad que nos sigue acompañando cuatro lustros después, materializándose en otros episodios de impacto como los que se registraron hace diez, en septiembre de 2005 en la valla, o hace solo un año, con las muertes del 6-F y la expulsión masiva de inmigrantes.
Los subsaharianos habían comenzado a llegar a Ceuta en el año 1991. Y sin ninguna ayuda por parte de las administraciones públicas, circunstancia que hoy en día es impensable, se buscaban la vida de la manera que podían. Nada más que tenían algún apoyo por parte de alguna organización no gubernamental y de algún sacerdote.
En las semanas anteriores al 11 de octubre, la frontera de Ceuta había sido violentada por parte de decenas de kurdos. Entonces era facilísimo, porque lo que hoy conocemos como el perímetro fronterizo estaba en sus comienzos, prácticamente, en pañales. Los inmigrantes subsaharianos no salían de Ceuta, era imposible. No existía ese tráfico fluido que hoy vemos de salidas hacia la península de manera organizada. Las imágenes que reproducimos habitualmente con decenas de residentes del CETI camino de distintos puntos de la península hubieran sido impensables 20 años atrás.
La indignación de los subsaharianos crecía por momentos y el ambiente se caldeó de manera definitiva cuando por parte del Ministerio del Interior se ordenó al Cuerpo Nacional de Policía, cuyo máximo responsable era entonces José María Deira, una operación para proceder a la expulsión de esos ciudadanos kurdos, los cuales debían ser embarcados hacia la península, ya que un avión les esperaba en Málaga para trasladarles a su país. La Comisaría del Cuerpo Nacional de Policía recibió entonces apoyo de agentes venidos de la península para esta ocasión. Lo cierto es que los policías pasaron horas y horas a la búsqueda de estos kurdos, porque los mismos no estaban concentrados en Ceuta en un solo lugar.
Ante esta situación, la cual era conocida por parte de los subsaharianos, quienes entendían en definitiva que los kurdos iban a salir de Ceuta pero desconociendo que iban a ser expulsados, decidieron concentrarse ante la Delegación del Gobierno para solicitar las oportunas explicaciones. Ya se estaban gestando los disturbios posteriores que llevarían a Ceuta a ocupar las primeras páginas de los medios nacionales.
Allí permanecieron durante la noche del diez al once de octubre, en señal de protesta, pero pacífica. Nadie les recibió, y tampoco les dieron ningún tipo de explicaciones. Ya se mascaba la revuelta. Incluso informaciones policiales anteriores ya advertían a los responsables políticos de que algo se estaba preparando, porque los subsaharianos estaban haciendo acopio de madera en su lugar de residencia, en las Murallas Reales, y además habían sido vistos comprando gasolina en la estación que existe justo enfrente, al comienzo de la Avenida San Juan de Dios.
Cuando los subsaharianos decidieron abandonar su protesta a primera hora de la mañana del once de octubre, ya se sabía que algo iba a ocurrir. Y lo cierto es que no tardó en saltar la chispa. Varios centenares de inmigrantes comenzaron a lanzar piedras contras los viandantes que circulaban alrededor de las once de la mañana por la Avenida San Juan de Dios. En pocos minutos aquello se convirtió en una verdadera batalla campal. La reacción ciudadana fue también virulenta y los transeúntes comenzaron a responder a los subsaharianos de la misma manera. El tráfico, verdaderamente infernal. Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado tardaron un tiempo en llegar. En el caso del Cuerpo Nacional de Policía porque tenía a gran parte de la plantilla en las labores de control de los kurdos, los cuales iban a partir hacia la península. Además, buena parte de los agentes estaba fuera de Ceuta.
Cierto es que los subsaharianos lograron hacer retroceder a los ciudadanos que se enfrentaban a ellos hasta la zona donde hoy se encuentra la estatua de Enrique el Navegante. Existía una tierra de nadie y el grueso de los inmigrantes se situó entre las Murallas y la gasolinera. Cualquier elemento servía para lanzarse desde una trinchera a otra.
Con la llegada de los agentes del Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil, los subsaharianos se replegaron hasta la antigua discoteca de la Unión Africa Ceutí, pero en aquel tumulto de enfrentamientos, casi de cuerpo a cuerpo, cayó herido el agente de la Policía Nacional, Antonio Arrebola Alcántara.
Un disparo, que veinte años después nadie supo quien lo efectuó, le atravesó el pecho. Fue llevado de manera urgente al Hospital Militar, donde le intervinieron por espacio de cuatro horas y quedó ingresado en la UCI. Ese día cambio la vida de este policía nacional, que más de veinte años después no quiere oir hablar del 11 de octubre y prefiere olvidar. Esta es la gran sombra del 11-0: quién fue el que efectuó el disparo, una bala del calibre 22, lanzado desde algún bloque de pisos... nunca se dio con el autor o, quién sabe, no hubo mucho interés en hacerlo.
La llegada de los agentes y la utilización del material antidisturbios hizo que se produjera el repliegue por parte de los subsaharianos. Hasta casi no se podía distinguir quiénes eran policías y quienes no, ya que se tuvieron que incorporar hasta quienes se encontraban fuera de servicio. Existen imágenes gráficas de la época donde se podía ver a policías de paisano, con los cascos de antidisturbios en la cabeza y las porras en la mano.
Cuando tanto policías como guardias civiles pudieron derribar la vetusta puerta de madera, de grandes dimensiones que daba acceso a la antigua discoteca, se hizo con una violencia fuera de lo normal, seguramente enfrascados en los pensamientos de su compañero Antonio Arrebola que se debatía en el Hospital Militar entre la vida y la muerte. No olvidemos que, en los primeros momentos, se pensó que había sido un inmigrante quien había disparado. Los subsaharianos se descolgaban de varios metros a través de la muralla.
Hubo más de doscientos detenidos que fueron trasladados en primer lugar hasta el patio de la Brigada de Seguridad Ciudadana que se encontraba a pocos metros, en la Avenida San Juan de Dios. El gran problema que se producía en aquellos momentos era qué hacer con tantos cientos de subsaharianos.
Como medida urgente se habilitaron unos barracones situados en la Avenida Cañonero Dato, detrás justo de donde está la Comandancia de Marina y allí permanecieron hacinados por espacio de dos o tres días, hasta que por fin, tras un entendimiento entre las administraciones se habilitaron los terrenos de Calamocarro, que ya permanecieron durante cinco años abiertos para albergar a los inmigrantes, hasta que no se inauguró el Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes.
Un campamento de Calamocarro que con el paso del tiempo llegó a albergar hasta cerca de tres mil inmigrantes, la mayor parte de ellos subsaharianos, pero también argelinos. Unas cifras publicadas por este medio que la Delegación del Gobierno negó que existieron, llegando a emitir un comunicado falso para esconder su nula capacidad de gestión. El tiempo dio la razón a este periódico que decía la verdad, mientras que Delegación mentía.
En tiendas de campaña, sobre lo que en su día fue un albergue para jóvenes, se pasaron muchas penurias. Pero lo que cambió a partir de ese once de octubre es que ya las administraciones comenzaron a realizar esfuerzos económicos para el mantenimiento de estos centenares de personas. Se dejó de mirar hacia otro lado.
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