La madrugada del 30 de junio de 1998, la patera Antoñita se convertía en una trampa mortal para siete jóvenes marroquíes que habían marchado de Tánger, Nador, Mekinés, Fez y Casablanca en busca de una vida mejor. Nunca la obtuvieron.
Sus cuerpos fueron encontrados en la playa de San Amaro, después de que, incongruentemente, la vieja patera que había sido robada y trastocada para facilitar la entrada de varios inmigrantes y su ocultamiento ante cualquier vigilancia casual de la Benemérita, quedara completamente destrozada. Aún hoy, 15 años después de la mayor tragedia migratoria ocurrida en Ceuta, la Guardia Civil no se explica cómo quedó en ese estado la embarcación. De haber chocado con algún barco, éste ni se habría dado cuenta del siniestro. Quienes sí lo hicieron fueron aquellos siete jóvenes, de entre 21 y 46 años, cuyos cadáveres fueron recogidos uno a uno por los GEAS y, después, por los operarios de la Funeraria musulmana.
Los cuerpos de Ahmed Faoubar, Khalid Aakab, Hakim Lamchawar, Khalid Tachi, Driss Zougarza, Abderrahaman El Fezazi y Abdenbi Harrak descansan desde entonces en el cementerio de Sidi Embarek. Desde el número 1052 al 1058. Esos son los huecos que ocupan las tumbas de esos jóvenes que la madrugada del 30 de junio se convirtieron en tristes protagonistas de la mayor tragedia en patera que se ha producido en las costas ceutíes. La tumba marcada con el número 1058 fue reconocida por la familia del tangerino Abdenbi. Su hermano, periodista en Noruega, acostumbra a visitarla cuando pasa por la ciudad. Su madre también rezó los restos de su hijo, allí enterrado cuando buscaba una mejor vida. Ante esos restos lloró, rezó y se llevó a la boca parte de la tierra que lo sepultó. La 1058 se diferencia del resto de tumbas en el pequeño murete que mandó construir su familia. Juntos permanecen enterrados como juntos hicieron aquella mortal travesía.
Abselimo, enterrador del cementerio de Sidi Embarek, aún recuerda aquella mañana en la que le tocó, personalmente, llevarse los cadáveres de estos marroquíes. Fue una tragedia que todavía no olvida, como tampoco el trabajo que se hizo para enterrarlos, guardar para siempre sus datos en el archivo que celosamente se guarda en el cementerio y darles la dignidad que el mar les arrebató. Aquellas muertes fueron, sin duda, inexplicables. “No sabían nadar”, recuerda Abselimo, “si no, es imposible que no llegaran a la orilla, porque el accidente fue muy cerca de la playa, estaban cerca”. Entre los fallecidos había de todo, jóvenes solteros pero también padres y esposos que dejaron atrás familias rotas para siempre. “Llegamos a saber que alguno estaba casado, poco más”, apunta.
En el mar había restos del bote, cuerpos sin vida y ropa mojada, signo de que junto a estos siete espaldas mojadas hubo más que pudieron salvarse. Esas tesis fueron las que siempre manejó la Guardia Civil, cuya Policía Judicial trabajó duro para dar con las personas que habían provocado esta masacre. Y también trabajaron duro para conseguir que los muertos fueran identificados y, al menos en un par de casos, reconocidos por familiares directos o personas cercanas al entorno. Esos guardias civiles de la Judicial ayudaron también a que la dignidad arrebatada por las mafias fuera recuperada.
Consiguieron llevar ante el juez a un hombre, señalado como el presunto organizador del pase. La persona que había preparado el embarque de los inmigrantes en la Antoñita se sentó en el banquillo de los acusados en el juzgado de lo Penal dos años después, aunque la condena fue la justa para que evitara la permanencia debida en prisión.
El intercambio de datos entre la Guardia Civil, con Julio Quílez como mando supremo de la Comandancia, con la Gendarmería marroquí resultó exitoso, ya que al otro lado de la frontera se practicó la mayor parte de las detenciones de peso: las de los mafiosos que habían captado a estos jóvenes, les habían ayudado a pasar a Ceuta con el compromiso de trasladarlos a la península previo pago de ingentes cantidades de dinero o de una vida hipotecada. Marruecos castigó con años de prisión a los cabecillas.
Aquel año 1998 era época de actividad en la construcción de viejas pateras de madera. Los talleres ya desaparecidos se desperdigaban por la ciudad y algunos de ellos terminaban viciando su actividad dando pie a la construcción de embarcaciones orientadas no a la pesca sino al tráfico de personas. Hacerse con una patera como la Antoñita era relativamente fácil. Robarla no entrañaba complicación alguna, cualquier playa las tenía amarradas.
La patera había sido trastocada para no levantar sospechas, facilitar que entrara mucha gente y a su vez evitar que fueran vistos. “La embarcación no reunía los requisitos para la navegación”, recuerdan 15 años después algunos de los agentes de la Judicial que estuvieron investigando este pase. La borda se había elevado subiendo el punto de gravedad, rebajando la borda de popa para conseguir que la hélice llegara al agua con el consiguiente riesgo de entrada de ésta con el oleaje y se la había colocado una plataforma de madera para ocultar bajo ella a los inmigrantes. ¿Y esto qué provocó? Testigos del naufragio no hubo, pero todo hace suponer que los inmigrantes quisieron salir de la barca por el único punto por el que podían, causando indirectamente el naufragio.
La Antoñita tenía cuatro metros de eslora y había salido del muelle de pescadores esa misma madrugada. Algo tuvo que suceder para que los restos de la patera quedaran desperdigados por la playa y el mar los escupiera muy cerca de donde los GEAS (Grupo Especialista de Actividades Subacuáticas) tienen su taller. Su dueño había denunciado el robo y la barca había sido preparada para una expedición que se ha cobrado muchos fallecimientos en el mar. Días después el director general de Política Interior, José Ramón Ortega, anunciaba que se adoptarían medidas para evitar tragedias así. Han pasado 15 años y la situación es la misma o incluso peor. Nada es capaz de frenar la cadena de muertes que salpica el periplo migratorio de magrebíes y subsaharianos que parten de sus países siguiendo los mismos rumbos. Cambian las personas, aparecen avances, las viejas pateras de madera son sustituidas por gomas o frágiles balsas para burlar el sistema de control del SIVE, pero la inmigración y la tragedia siguen yendo de la mano convirtiendo el Estrecho en el mayor ataúd de personas nunca identificadas, ni reclamadas, ni conocidas.
Judicialmente sí que hubo cambios tras esta tragedia. Tanto el naufragio de San Amaro como el que le precedió en 1997 que se saldó con tres muertos y once desaparecidos obtuvieron su condena judicial gracias a las investigaciones desarrolladas por la Benemérita. En el de marras, el traslado de información a Marruecos posibilitó la acción de la Gendarmería; en el ocurrido un año antes en las cercanías del cementerio hizo que la Sección VI de la Audiencia Provincial de Cádiz con sede en Ceuta sentara jurisprudencia al conseguir que los detenidos por su organización fueran condenados a tres delitos de homicidio, uno por cada uno de los inmigrantes que murieron. Aquella sentencia que luego fue ratificada por el Supremo marcó una innovación tras un esfuerzo interpretativo de los magistrados para que se hiciera factible la existencia de otro delito más: contra los derechos de los trabajadores, y así se extendió dicha condena atendiendo a la individualidad de cada fallecido. Las investigaciones de la Policía Judicial lograron dar con todos los implicados en aquel pase, desde el taxista que había transportado a los sin papeles, hasta quienes esperaban en una pensión de Madrid para su acogida. No fue fácil, pero valió la pena: 12 años.
Una cadena de muertes de la que nadie se ha acordado
No hay nada más terrible que el olvido. Olvidar es permitir que caiga una losa sobre nuestra historia, olvidar es no recordar con dignidad a aquellos que encontraron su muerte en un intento por conseguir una vida mejor, olvidar es dar alas a esos discursos extremistas y radicales que tiñen a toda la población migratoria de mentiras y que pretenden que con el paso de los años éstas se hagan fuertes. Ceuta nunca ha rendido un homenaje a todas esas víctimas de la inmigración. Los cementerios de Santa Catalina y Sidi Embarek cuentan múltiples restos de hombres, mujeres y niños que fallecieron en nuestras costas. De ellos nadie se acuerda, ni de su dignidad ni de sus historias. El pasado octubre, autoridades y oenegés se daban la mano para recordar la que sin duda fue la mayor tragedia migratoria del sur, la ocurrida en Rota en 2003 que dejó 37 muertos. Fue un homenaje sincero hacia unas personas que intentan romper los muros del sistema.
La historia de esta tragedia
Los archivos de los fallecidos
En el cementerio de Sidi Embarek se guardan las fichas de todos los fallecidos. Sus nombres, edades y lugar de origen aparecen en la relación que celosamente se guarda y que hoy forma parte ya de la historia negra de la inmigración. Gracias a esto hoy se puede tener constancia de quiénes eran los fallecidos, ya que la Benemérita recuperó entre sus prendas la documentación personal que portaban. Los cuerpos tuvieron que ser enterrados rápidamente dado que no había recinto mortuorio para mantenerlos por más tiempo, así que estas fichas hoy resultan claves.
Coordinación y rapidez
Un entierro rápido para evitar otras consecuencias mayores
Los inmigrantes tuvieron que ser enterrados rápidamente ya que no había espacio para que sus cuerpos pudieran permanecer varios días en el depósito al objeto de conseguir identificación de familiares. Empezaba el verano, hacía calor en Ceuta y ni siquiera había dos neveras para acoger a tanto fallecido. Fue una tragedia que dejó en evidencia las condiciones de la morgue en la ciudad. Los cuerpos fueron enterrados con rapidez por orden del magistrado titular del número 3 de Ceuta pero los profesionales del cementerio musulmán se encargaron de guardar, como se hace siempre, las fichas con todos los datos recabados por la Benemérita. Eso permitió que, poco después, un familiar de uno de los fallecidos, que trabaja de periodista en Noruega, pudiera visitar su tumba e incluso traer a su madre. Se sabe que otro conocido de un fallecido ha hecho lo mismo, pero del resto nunca aparecieron familiares directos. Quizá ni se pan dónde terminaron sus vidas.
Investigación en el tiempo
La PJ llevó años de investigación en torno a este asunto. Hubo varios arrestos
Los partes de incidencias de los GEAS realizados aquel año 1998 se aportaron a unas diligencias que estuvieron abiertas durante varios años. La investigación no se cerró con el hallazgo e identificación de los cuerpos, se llegó hasta la patera, hasta quien había reunido a los inmigrantes y hasta quienes los captaron.
Precedente judicial
Condenas que se aplicaron por cada una de las personas fallecidas
Un año antes del naufragio de San Amaro, se produjo otro en la playa del cementerio con tres muertos y varios desaparecidos. Gracias a los testimonios de supervivientes se pudo saber la matrícula del vehículo que los había trasladado hasta la patera. La Judicial analizó todas las variables posibles con los números recordados hasta dar con el conductor, un taxista de Algeciras. De ahí llegaron al matrimonio que regentaba una pensión en Madrid. Todos ellos fueron detenidos bajo mandato del juzgado de Ceuta, con apoyo de los servicios especiales de la Benemérita. Se lograron condenas por cada muerte gracias al tesón de unos magistrados que con aquel fallo sentaron precedente: 12 años para cada uno.{galerias local="20131214_12_13" titulo="15 años de una tragedia"/}