Cultura y Tradiciones

10 de noviembre de 1946: Un gran día para la historia de Ceuta

El ritual de la coronación comenzó el día 8 de noviembre de 1946 con la exposición mayor del Santísimo Sacramento, el rezo del Rosario y el inicio del Triduo. Ese día entró en el puerto el cañonero ‘Canalejas’, que había escoltado al vapor correo en el que viajaba el obispo Gutiérrez Díaz al que se le tributó un gran recibimiento en el puerto, y el Ayuntamiento anunciaba una amnistía para todas las sanciones impuestas por el consistorio a sus funcionarios como a los ciudadanos en general.
Al día siguiente, jueves, el obispo celebró la primera misa de Pontifical, presentándose a la Patrona con las más ricas vestiduras y luciendo su manto para la ocasión. Resplandeciente de hermosura, su imagen impresionaba a los fieles, erigida sobre un altar artísticamente adornado en medio del ascua de luz que irradiaba la nueva iluminación del templo.
El viernes llegaron los obispos de Málaga y Gibraltar. El sábado lo hizo el Nuncio de Su Santidad, que fue recibido en el puerto por dos compañías del regimiento de Infantería ‘Ceuta, 54’ con bandera y bandas, así como por las autoridades y el numeroso público que se había congregado en el lugar, pese a las torrenciales lluvias que seguían cayendo sobre la ciudad. Precipitaciones que hicieron desistir definitivamente a la organización de llevar a cabo los actos ‘A. Murube’, tal y como estaba previsto desde un principio.
Pero, ante la sorpresa de todos, el día de la Coronación amaneció con un sol espléndido, comenzando los actos a las 10,30 de la mañana, hora a la que llegaba a la Plaza de África el Alto Comisario, Varela, acompañado de su esposa, Casilda Ampuero, en su coche oficial y flanqueado por una impresionante escolta de motoristas. Tras pasar revista a las tropas, Varela se dirigió al santuario de la Patrona donde iba a tener lugar una misa de pontifical que oficiaría monseñor Cicognani, Nuncio en España del papa Pío XII.
Como presbítero asistente de honor actuaba el Vicario y como diáconos de honor los canónigos catedralicios Landuce y Navarro; de diácono y subdiácono de misa los canónigos Chico y Rodríguez; de ministros de mitra y báculo los párrocos Bernabé Perpén y Mainé Vaca, de perfecto de ceremonias el capellán del Asilo de Algeciras, mientras que el servicio ante el Nuncio corrió a cargo de los Padres Agustinos.
En lugares destacados del presbiterio se situaron el Alto Comisario y su esposa junto con obispo de la diócesis y los de Gibraltar, Córdoba y Málaga.
Por las primeras voces y coros de la capilla catedralicia y los de las diferentes asociaciones religiosas se cantó la misa de Angelis en un templo abarrotado de público y que lucía las mejores galas de toda su historia para la especial ocasión, además de una resplandeciente y nueva iluminación eléctrica que magnificaba aún más el acontecimiento.

En la Catedral

A las 12, la imagen de la Virgen se trasladaba en procesión hasta la S.I.C. Abría la marcha la cruz alzada con ciriales y los ministros oficiantes a ambos lados con el Nuncio, en el centro, de pluvial, mitra y báculo. Seguían las representaciones de las distintas asociaciones religiosas con sus respectivos estandartes y la de la propia Hermandad que estrenaba un nuevo guión, así como las 17 representaciones de Adoración Nocturna de otros tantos pueblos portando también sus estandartes.
Esplendorosamente exornada, la Santísima Virgen lucía su más valioso vestido y el manto que le había sido donado para la ocasión por el Jefe del Estado. Una pañoleta de lucido encaje circundaba su cuello. Cubrían el cortejo procesional en su recorrido hasta la sede eptense fuerzas del Ejército y la Marina.
Al llegar a la Catedral, el paso de la Patrona subió hasta la puerta del templo para ser colocado sobre un armazón de madera con las escaleras a su lado para facilitar la visibilidad del acto que tendría lugar a la vista del público que abarrotaba la Plaza de África. Por el canciller Sr. Rubio se dio lectura al escrito del Cabildo Vaticano, a instancias del Nuncio, primero en latín y luego en castellano.

La Procesión

Calmadas las emociones llegaron los discursos del alcalde y el del Alto Comisario. Concluidos los mismos, la procesión se puso en marcha, agregándose a la misma un inmenso gentío que le daba un aspecto impresionante. Los balcones aparecían engalanados y la emoción al paso de la Virgen era indescriptible a lo largo de su recorrido por el Paseo de las Palmeras, Puente Almina, Rebellín, González de la Vega, Cervantes, Ingenieros, Paseo de Colón, Puente Almina y Paseo de las Palmeras para retornar a la Plaza de África.
Llegada la imagen a la tribuna colocada junto a su templo, la Virgen fue expuesta seguidamente al pueblo para presidir el desfile de las fuerzas militares que habían cubierto su carrera. Concluida la brillante parada militar, la imagen fue devuelta a su Santuario, ya felizmente coronada, para volver a ocupar su camarín del altar mayor.
Los actos prosigueron con un almuerzo en el Palacio Municipal al que asistieron la totalidad de las autoridades. Por la tarde en el teatro ‘Cervantes’ tuvo lugar un gran concierto a cargo de la Orquesta Sinfónica de Ceuta como colofón al programa. El lleno era total y diversos poetas amenizaron en los intermedios con sus rimas el gran acontecimiento.

El acto de la Coronación

Seguidamente y desde la plataforma montada al respecto, el Nuncio colocó la corona sobre las sienes de la imagen la Virgen, cetro que, a su vez, le habían entregado en una bandeja de plata, auxiliado por el general Varela, jurándose por los asistentes defender el Misterio de la Asunción.
Eran las 12,20 horas y la emoción verdaderamente indescriptible. En ese instante las campanas de la Catedral y de la iglesia de África fueron lanzadas al aire, al tiempo que las baterías de la Plaza disparaban sus cañones, haciendo lo propio los buques de la Armada, ‘Canalejas’ y ‘Calvo Sotelo’, surtos en el puerto para realzar con su presencia los actos. Cohetes, sonoros truenos, fuegos de artificio, repiques de campanas de iglesias… El cielo, como los ceutíes, parecía estallar de júbilo. Y hasta la Virgen parecía sonreír, feliz, a las miles de personas congregadas en el lugar. Sonaban también las bandas de música y las sirenas de los barcos, impecablemente empavesados para la ocasión. Los himnos de la Virgen de África y el de la Coronación se confundían, entonados ardientemente por millares de gargantas. Después la multitud prorrumpió en gritos y exclamaciones a Pío XII, a España, a monseñor Cicogniani, a Franco y a Varela.

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