Hace más de medio siglo que nos sentamos en los pupitres del colegio. Más de media vida, más de media existencia.
Ayer nos volvíamos a reunir 6 de los supervivientes que navegamos en mares difíciles de la adolescencia.
Ahí estábamos, después de intentarlo varias veces conseguimos volver a vernos, volver a contarnos, volver a ubicarnos en un mapa misterioso ajado y amarillento.
En los 70 la enseñanza era otra historia: últimos años del franquismo, (nuestro colegio se llamaba Jose Antonio y ahora los palmerales), los tres días de luto tras la muerte de un señor al que veíamos en las monedas y que era lo que era por la gracia de Dios.
La autoridad, la letra con sangre entra, los viernes y lunes izados y arriados de bandera, prietas las filas y ordenadas por curso.
Las aulas se separaban por sexos hasta llegar a los 12 años.
A mí me llamaban Jimi nervios, tenía que sobrevivir, como todos, ante el grupo: la fuerza, la resistencia, el destacar en algo o pasar desapercibido, el soportar cualquier asunto para no ser blanco de tiro de profesores, amigos compañeros.
Ayer rememorábamos anécdotas de ese baby boom de los 70, una generación que conoció la guerra por nuestros abuelos, que nos contaron las hambres y penurias de nuestros padres, que vivimos el cambio de la dictadura a la democracia, que nos separaban por filas de listos, tontos y regulares, que a los discapacitados se les llamaban subnormales y ser maricón era como la peste de la edad media.
Repartíamos caramelos en los cumpleaños, salíamos temblando a la pizarra, nos levantábamos de la silla cuando entraba un profesor: Buenos días cómo estas usted. - Bien y usted, - Bien, gracias.
Todo era una competición, una lucha por ser el mejor en los estudios, en el deporte o en cualquier actividad. Los débiles eran carne de cañón.
Recuerdo las botellas de leche que nos daban los americanos y los himnos extraoficiales que cantábamos para rebelarnos del orden y la disciplina sin saberlo:
“¿Qué es aquello que reluce en lo alto del castillo? Es el culo de Mahoma, que le están sacando brillo".
"Las chicas de José Antonio tienen bragas de hojalata, pero ellas no lo saben que tenemos abrelatas".
“Franco, Franco, que tiene el culo blanco. Porque su mujer lo lava con Ariel".
El himno oficial tenía letra que sabíamos como la del padre nuestro:
“¡Viva España! Alzad los brazos hijos del pueblo español que vuelve a resurgir. Gloria a la Patria que supo seguir sobre el azul del mar el caminar del sol. ¡Triunfa España! Los yunques y las ruedas cantan al compás del himno de la fe. Juntos con ellos, cantemos de pie la vida nueva de trabajo y paz”.
Ayer hablamos del tiempo que nos queda para jubilarnos, de enfermedades y medicamentos, de los héroes y los villanos.
Desenterrar lo que fuimos, las nostalgias y una memoria histórica de la concordia.
No pasarán otros 50 años para volver a vernos, de eso estoy seguro.
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