Si les soy sincero, me quedo con sólo tres imágenes positivas de la Feria que despedimos el lunes: el Pregón, la Ofrenda y la procesión de la Patrona, y la alegría de los niños y las niñas en el variopinto tinglado de atracciones de la calle del Infierno, especialmente el día dedicado a ellos. Con tal tarjeta de visita huelga decir que soy de los convencidos de que se impone dar un giro a nuestros festejos por excelencia. Veamos.
Recuperado el Pregón después de una década de ausencia – ¡ya era hora! -, el de Rafael L. García de Vinuesa se recordará como uno de los más emotivos, ocurrentes, sentidos y vibrantes en su género, desde la perspectiva de la más pura esencia ceutí. Experto orador curtido en vaivenes y manifiestos cofrades de inconfundible influencia y lirismo hispalense, su hora de alocución se nos fue en un santiamén. Difícil le ha puesto el listón al pregonero del año próximo.
Pregonero que, es de esperar, cuente con una logística de la que se ha dejado huérfano a García de Vinuesa. Lamentablemente el salón de actos del Ayuntamiento se quedó con la mitad de sus butacas vacías. No me vale que las televisiones locales nos lo repitieran una y otra vez. Ni ese salón era el mejor marco ni se publicitó adecuadamente el acto, máxime después de su forzado aplazamiento. El Pregón debería trasladarse al Real. Al auditorio allí existente, con el aditamento de la solemnidad de la coronación de las reinas, la presencia de una banda de música y el remate de un espectáculo final apropiado. Y a su conclusión, dado que el arco de entrada al ferial está precisamente en las mismas puertas de dicho auditorio, proceder a la inauguración oficial del alumbrado y de la fiesta por las autoridades, reinas, damas y pregonero.
Impresionante la presencia de ceutíes y visitantes en la Ofrenda y en la procesión de la Patrona, ambiente que ya quisiésemos para nuestra Semana Santa. Cada vez acuden más personas a ambos actos. Este año se superaron afluencias anteriores. En tiempos en los que el sentir religioso parece estar devaluado, la Virgen de África es la excepción. Unos impulsados por su fe o cariño hacia la Patrona. Otros, aún apartados de creencias y espiritualidad, arrastrados por el extraordinario símbolo de identidad que representa tan venerada imagen, sin olvidar a algunos que, aun profesando otras religiones, gustan acercarse al acontecimiento como ceutíes. Todo un éxito, ciertamente.
No puedo decir lo mismo de las casetas. No les falta ambiente, pero la gran mayoría siguen convertidas en comedores o en lugares de copas. Especialmente crítico en ese sentido se me mostraba un veterano casetero, alma mater de una de las más antiguas y con más solera y gracia caballa, a punto de desaparecer siguiendo la suerte de otras de tronío. Se ha perdido lo que se dio en llamar el espíritu de la gran vía. Se echa de menos en muchas la alegría y el tipismo de las sevillanas, no digamos ya de los tradicionales bailes para los que estas casetas, por sus dimensiones, no están preparadas.
Nostalgia a un lado, quienes vivimos otras ferias nos acordamos cada vez más de aquellas acogedoras, artísticas y amplias casetas de antaño, patrimonio ya del olvido en medio de este microcosmos de casetitas por doquier, mientras proliferan las de pubs y similares como en cualquier otro lugar de la ciudad, para deleite de una juventud que pasa de las casetas tradicionales.
Se me dirá que para los bailes o espectáculos ya tenemos la Popular, en el auditorio. Cierto. Pero quienes no soportamos la contaminación acústica, aquello es un infierno. Dos veces accedí al lugar y otras tantas tomé de inmediato las de Villadiego. ¿Para qué esa explosión desorbitada de vatios? ¿Dónde quedó la intención que se anunció de controlar el sonido? Si la caseta oficial es incapaz de dar ejemplo, apaga y vámonos. Como tuve que hacer en una conocida caseta en la que desistí de cenar, so pena de volverme loco. ¿Tan difícil es acabar con el infernal estruendo de nuestras ferias en general? Confieso mi pesimismo, pero parece que no existe la menor alguna de cambio.
Recuperado el Pregón y el gusto por el cartel anunciador - ¡qué obra de arte la de Pepe Montes! – volvamos la vista también a otras tradiciones feriales perdidas. Créese, por qué no, una comisión de estudio con expertos en el tema, que los hay, en la que no deberían faltar quienes un día, aburridos, decidieron apartarse de cuanto sonara a feria. Y me vienen a la mente cuatro o cinco nombres que tanto podrían decir y aportar al respecto.
Serán los años, pero esta feria cada vez me parece menos la mía. Como la mal llamada Feria de Día, la de la Tapa. A finales de agosto los festejos quedan ya muy lejos y con bastante personal ausente aprovechando las vacaciones hasta el último suspiro. Feria de Día, sí. En el precioso recinto de la Marina y en sus fechas. Dando más vida al Real, inundándolo de alegría y colorido durante toda la jornada festiva. Digo yo, vamos.