Nos dan la noticia el viernes, 1. Red Eléctrica apoyará el anhelado cable submarino de abastecimiento. Cuatro días después, ¡zas! El apagón. Ya es casualidad. Tome usted nota, ministro Soria. Si esto no es la isla energética por excelencia, pregúntele a los ceutíes por qué, en ocasiones como ésta, nos subimos por las paredes. Ya está bien.
El del martes fue de unas tres horas, y superior en barriadas. En la mente estaba aquel 8 de agosto de 2011, el día del apagón más grave en decenas de años, como por entonces reconocían a este diario responsables de la Empresa de Alumbrado. Ocho horas y media sin energía eléctrica que se nos hicieron eternas al coincidir con la noche bien avanzada. Llovía sobre mojado. Era un capítulo más con el cero total de tensión como protagonista.
Un fallo en el suministro puede ser algo inevitable, aún con las tecnologías actuales. Pero si de Algeciras para arriba sucede, existen otras fuentes próximas, y problema solucionado. En Ceuta no. Aquí es poco menos que el caos. Somos, efectivamente, esa isla energética, que bien podría ser una península si la electricidad, al menos en caso de emergencia, pudiera llegarnos, como tantas cosas y a la inversa, del vecino país tan ‘amigo’. Que tampoco sería la solución cuando hay unas reivindicaciones de por medio.
Lo del cable debió materializarse a principios de los noventa, cuando se llevó adelante la conexión eléctrica, a través del Estrecho, para abastecer de energía a Marruecos. Qué oportunidad perdida para haber tendido también un ramal hacia nuestra ciudad. Pero ni desde el Ayuntamiento se presionó como debería haberse hecho al respecto sobre el asunto, ni tampoco el gobierno central, por entonces en manos del PSOE, se preocupó lo más mínimo de aprovechar tal coyuntura para dar solución a una de las carencias históricas más importantes de esta ciudad, con lo fácil que lo tenían, y cuando el dinero no escaseaba precisamente.
En un mundo como el actual en el que todo se paraliza cuando se interrumpe la energía: ordenadores, servidores, tarjetas bancarias, transacciones, comercios, consultas médicas, industrias, repetidores de teléfonos móviles, emisoras locales de radio y televisión; cuando peligran los alimentos de los congeladores, no funcionan ni la vitrocerámica ni el microondas; nos quedamos sin agua en los grifos; cuando como también hemos visto el martes, hay tiendas que cierran sus persianas por razones de seguridad…
Una amiga, a la que el apagón le sorprendió al disponerse a viajar en ‘Acciona’, y tras haber leído mi artículo del pasado domingo, me envió la imagen de arriba: “Qué verdad lo que escribías de la desesperante lentitud de la expedición de las tarjetas de embarque mediante el sistema electrónico, pues imagínate lo rápido que nos las han facilitado ahora manualmente al no haber luz. ¿Te acuerdas de aquellas tarjetitas que hoy han vuelto a nuestras manos? Claro que no hay felicidad completa por el serio retraso que sufrimos al quedar también fuera de servicio las pasarelas” –me escribía. Lo dicho. Parálisis total. Así no podemos seguir.
Anécdotas para la curiosidad aparte, el apagón del martes debería servir para marcar un punto de inflexión en torno a la cuestión. Al margen de expedientes sancionadores, de comunicados y dialécticas más o menos oportunistas de los partidos, comisiones de investigación y demás, se impone la unanimidad en el marco adecuado. Un acuerdo plenario suscrito por la totalidad del arco parlamentario local que acompañe a la propuesta que, jurídica y técnicamente documentada, deberá enviar la Ciudad antes del 5 de marzo a Fomento tras el apoyo al cable por parte de Red Eléctrica tras haber dado, en principio, su viabilidad al proyecto.
Las necesidades energéticas de esta ciudad no han corrido paralelas a las inversiones que la demanda ha venido reclamando desde hace muchos años. No ya por el mero aumento de la población sino por las que aún apuntan todavía más alto cara a un futuro muy próximo como la entrada en funcionamiento del quinto módulo de la desaladora, la planta del EDAR o el propio incremento de las actividades portuarias.
Ya digo que el apagón parece haber venido en el momento más oportuno. A veces es preciso verle las orejas al lobo para arrancar a remar todos unidos y con fuerza en la misma dirección por encima de oportunismos o de fáciles tantos y oportunismo políticos. Al menos así lo veo en el momento en el que, hoy miércoles, debo cerrar mi columna, en lugar de la tarde del sábado como acostumbro a hacerlo.
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