Los resultados fueron crueles con las expectativas del PSOE, un partido que había elevado el listón de sus posibilidades a cotas casi inalcanzables.
Más dura fue aún la sintonía de la noche cuando la jornada tocaba a su fin: a los militantes y simpatizantes socialistas que iban abandonando la sede de la calle Daoíz les aguardaba aún el más agrio de los regalos. A apenas 30 metros, en un segundo piso, las ventanas abiertas del Hotel Ulises bramaban la sintonía del Partido Popular, la del eterno rival, la del partido que no soltará las riendas del poder antes de 2019. Era la fiesta del vencedor, la cara feliz del 24M.
Pocos confiaban ayer, de veras, en una victoria socialista. Los fieles, los que aguantan el huracán desde hace décadas, se habían dado cita en el local del partido. Poco ruido, unas pizzas y a esperar resultados. Los primeros, con poco más del 20 por ciento del recuento, no auguraban nada bueno. "Bueno, habrá que esperar, pero parece que...", mascullaba una de las veteranas.
En las horas siguientes, con los datos clavados por un colapso en la base de datos del Ministerio del Interior, el silencio informativo tampoco daba pie a la esperanza. El baño de realidad llegó con el escrutinio al 80 por ciento. El personal había asumido ya que la oposición volvería a ser, cuatro años, la morada de sus diputados. "Uno más, bueno algo es algo", se oía entre silla y silla. Poca –más bien ninguna– fiesta, cara de circunstancias y alguna que otra autocrítica, pero en voz baja. No era momento de hacer leña del árbol a punto de desplomarse.
Apoderados, interventores, candidatos... A las 23:00 apareció el aspirante vencido y se prodigaron los abrazos, el agradecimiento al trabajo cumplido. Sonrisas cómplices y apretones de manos que simbolizaban, sin articular palabra, un sentido "se ha hecho lo que se ha podido". En la calle comenzaba a soplar un viento desagradable que trasladaba aún con más fuerza el himno pepero hasta Daoíz. La fiesta iba anoche por barrios, e incluso por aceras.