Lo que no sabemos es si por mucho tiempo. El letargo impuesto por la egocéntrica deriva de Pedro Sánchez, alter ego post mortem política de Zapatero, en la que el PSOE histórico atravesaba espinas tras el felipismo que lo fue todo, para lo bueno y para lo malo, convirtió, al único partido español que representaba la socialdemocracia en España, en un partido con serias dificultades para tolerar pensamientos diferentes.
El PSOE pasó de ser un partido hegemónico, con valores y tesoros humanos de incalculable valía para el servicio a la sociedad, a un partido miedoso, temeroso de perder el electorado de izquierda más radical, acogiendo, con brazos abiertos, posturas que extremaban y abrazaban discursos sectarios y trasnochados, excluyendo todo lo que pudiera significar experiencia, mesura, sensatez y moderación. La postergación y la temeridad se apoderaron del PSOE que sufría una hemorragia de grandes servidores del Estado.
A la fuerza ahorcan. El PSOE acaba de desbloquear un año de vergüenza que él mismo tenía secuestrado, y aunque algunos prefieren plantearlo como un servicio de responsabilidad, es fácil asociarlo con el desastre total que unas terceras elecciones les infligiría , postergándolos como tercera fuerza política tras “Podemos”, que pese a su bisoñez, le ha asestado un golpe, ya veremos si mortal, al socialismo español con más de 130 años de historia no muy brillante.
Pero si el PSOE no es capaz de asimilar que acaba de salir de una pesadilla para no regresar más, difícilmente se va a poner a trabajar con celeridad, inversamente proporcional a la estabilidad que den a este gobierno, en recuperar la imagen y el sentido de partido de Estado que nunca debió abandonar.
El socialismo español tiene dos opciones: o realiza una oposición constructiva obligando al Gobierno a llegar a grandes pactos de Estado, algo que beneficiaría a todos los españoles; o se obstina de forma contumaz en seguir enarbolando la bandera de la crispación política, indistinguible de “Podemos”, algo que sólo beneficiaría a estos últimos.
Pero lo arduo de la tarea que le queda al socialismo por delante, no radica en hacer entender que han abandonado toda política destructiva y de crispación, sino en recuperar todo tiempo perdido cuando, ahora, además, adolece de un valioso personal político que dilapidó en la vorágine narcisista y excluyente que magnificaba los errores de un gobierno popular y daba alas a cualquier iluminado que se erigiera enemigo del conservadurismo español, entre los que por supuesto está un PSC díscolo y traidor a los intereses del Partido Socialista y de España.
Sin dejar a un lado que este sigue siendo el mismo PSOE que, a día de hoy, sostiene el gobierno de radicales manifiestos que hasta ahora sólo han caracterizado sus ejecutivos por ser, cuando menos, generadores de malestar social e incitadores de un clima de crispación política y social que sólo beneficia a los más radicales, “Podemos”.