Através de mi buen amigo Paco Sánchez, conocí a Rosa Ros hace dos décadas. Aunque tenía referencias del paso de Bartolomé Ros por Ceuta como fotógrafo y posterior destacado empresario de la firma de su mismo apellido, ignoraba el tesoro que celosamente guardaba y conserva su hija Rosa, desde 1983, en Madrid, “en la habitación más fría de la casa”: el archivo de placas y negativos de su padre. Tras entrevistarla sobre esa obra gráfica en la COPE en un programa que después me serviría para plasmar también la figura de su progenitor en las páginas de este periódico, le sugerí la posibilidad de que cediera algunas fotografías para un coleccionable que se entregaría con el ejemplar de cada día. Cien láminas en total que bajo el título de ‘Semblanzas ceutíes’, recogían la vida de nuestra ciudad de los años veinte en sus más diversas facetas, un objetivo editorial que se cumplió gracias al desinteresado gesto de Rosa Ros. Aquella producción que, cabe imaginar, se guardará todavía en muchos hogares con cariño, sirvió para rescatar del tiempo por primera vez la valiosa obra del gran fotógrafo, junto con la exposición que se también se organizó al respecto.
Años después, nuestra protagonista recalaba de nuevo por nuestra ciudad para presentarnos su atractivo libro “Memorias de ausencia”, editado con la colaboración del Ministerio de Cultura. Una recopilación de 237 fotografías de extraordinaria calidad gráfica con nuevas y originales escenas también de la misma época. Fue otro éxito, no sólo el libro sino la extraordinaria exposición paralela que igualmente acompañó a su presentación gracias a la mano del entonces director provincial del departamento, nuestro inolvidable Pepe Abad. Exposición que luego habría de desfilar por Madrid, Barcelona y otras capitales españolas, así como por todas las sedes del Instituto Cervantes en Marruecos.
En mayo de 2010 tuve el placer de reencontrarme de nuevo con Rosa, tan jovial y atenta como siempre, ahora en el Ateneo de Málaga, con ocasión del acto en el que José Luís Gómez Barceló presentaba su libro sobre el estudio de Calatayud, otro áureo apellido de la historia de la fotografía ceutí, presentación que, por cierto, abarrotó de público el salón de actos de la prestigiosa entidad cultural. Comentábamos el éxito con el que Ceuta había acogido las distintas muestras de su padre, el caso de la última, en 2003, de la mano de la fundación Foro del Estrecho, y de la satisfacción que sentía tras la nueva exposición que, sobre el mismo tema, le había dedicado ‘PHotoEspaña 09’, el principal festival fotográfico del país, en el centro cultural Conde de Olivares de Madrid, de donde viajó a otros lugares.
–Esa exposición, Rosa, tenemos que llevarla también a Ceuta – le dije -.
–La palabra la tiene la Ciudad Autónoma, por mí encantada – me respondió.
Tres años después, la sensacional muestra que anteayer se inauguraba en la sala de las Murallas Reales, por fin había llegado hasta nosotros. La exposición y el sugestivo libro que recopila casi todas las fotografías exhibidas y que se nos entregaba a los asistentes a la salida del acto. Ninguna otra muestra mejor que esta de Bartolomé Ros para cerrar el ciclo de exposiciones permanentes del recinto hasta dar paso al relevante acontecimiento que para la ciudad supondrá la egregia exposición de la obra de Mariano Bertuchi.
Es de admirar la dedicación con la que desde hace 30 años viene entregándose Rosa Ros a la obra de su padre. Van a pasar cuatro décadas de su fallecimiento, “pero a mí no me ha faltado ni un día desde entonces, y hoy puedo decir que sé más de él que si hubiera vivido a su lado toda su existencia. Ahora sé que he llegado hasta aquí no por una deuda ni por una curiosidad, ni para dar testimonio de una vida… sino para ir al encuentro de mí misma desde la orilla más desconocida”.
Ceuta debe estarle agradecida a ambos al habernos posibilitado retrotraernos en el tiempo para contemplar cómo fue el despegue de la ciudad en los años veinte; cómo eran aquellos barcos que llegaban a su flamante y próspero puerto cuya construcción inmortalizó Ros; los automóviles, el tren o los ingenios aéreos; las fábricas, las calles o las panorámicas; la exuberante plaza militar de entonces con sus cuarteles, los militares africanistas con sus impasibles y marciales gestos, el Tercio; o los sufridos rostros de tantas gentes de la época o de la sociedad ceutí; los pasajes del exótico Protectorado…
No es para contarla. Es para recrearse con ella. Sin prisas, contemplando las extraordinarias ampliaciones digitales que ha hecho Castro Prieto desde el negativo original sobre papel de algodón blanco, y que recrean las dos plantas del Museo. No se la pierdan porque es un auténtico lujo.
De corazón, enhorabuena Rosa. Y gracias. Nuestra querida Ceuta, que es la tuya y la de tus hermanos, la tierra adoptiva de tu padre, no merecía menos.