Los recientes desembarcos masivos de subsaharianos en Chafarinas y Alhucemas y la lamentable violación de suelo español por parte de nacionalistas marroquíes en el Peñón de Vélez, han venido a poner en el candelero la problemática de nuestra soberanía sobre dichos territorios. Un tema candente que esta semana era objeto de análisis por el prestigioso periodista Ignacio Cembrero en su blog de ‘El País’, abogando por su entrega a Marruecos “a cambio de una frontera civilizada” que posibilitara “una normalización de las relaciones entre Ceuta y Melilla y su entorno vecino, y su inserción en el tejido económico del norte de Marruecos”.
Podría ser, sí, pero siempre con la contrapartida del reconocimiento explícito de la españolidad y de las actuales fronteras de Ceuta y Melilla. Aspecto clave en el que, precisamente, no ahonda el periodista como buen conocedor de la política de nuestros vecinos y de sus reivindicaciones territoriales. Incluso habría que ver si Marruecos estaría dispuesto a transigir en asuntos como el de la aduana comercial, la fluidez en el paso de ambas fronteras, el aprovechamiento conjunto del futuro gran aeropuerto Tánger/Tetuán, nuestra inclusión en las grandes líneas de comunicación por carretera y ferrocarril y, por supuesto, en el reconocimiento de las dos ciudades como puente de enlace en la cooperación entre Europa y Marruecos. Pura quimera. Difícilmente lo aceptarían. Es más, caso de materializarse ciertos acuerdos podrían quedar en papel mojado en cualquier momento pues ya sabemos como las gasta el país ‘amigo’.
La entrega de los islotes constituiría, efectivamente, un éxito rotundo para Mohamed VI que anexionaría así también él, tal y como lo hicieran su abuelo Mohamed V y su padre Hassan II, nuevos territorios a su imperio, y abriría una avanzadilla en sus pretensiones sobre Ceuta y Melilla, el penúltimo eslabón de sus ambiciones –siempre les quedaría Canarias-. Para los dos países, los islotes carecen del mínimo valor. Es mera cuestión sentimental y de orgullo. Caso contrario, los vecinos ya habrían llevado sus reivindicaciones a los foros correspondientes o incluso habrían procedido a una ocupación pacífica y silenciosa, quién sabe.
Territorios de soberanía, antaño presidios, los islotes están fuera de cualquier referencia constitucional. Su desamparo jurídico es total. No se les tuvo en cuenta en la Carta Magna. Tampoco, con posterioridad, cuando se consensuaron los estatutos de autonomía de Ceuta y Melilla. En el caso de la isla de Perejil, recuérdese que en el primer proyecto de Estatuto de 1987 que presentó el PSOE, en la práctica una triste Carta Municipal, se citaba a dicha isla como territorio de la ciudad, referencia que se borró de inmediato ante las protesta de Marruecos. En cuanto a Melilla, su ex – alcalde y hoy líder del PPL, el ceutí Ignacio Velázquez, insistió a la hora de redactar el Estatuto la inclusión de los peñones y archipiélagos en el mismo, pretensión en la que, al parecer, persiste desde la oposición.
Es lamentable la tradicional debilidad de España en su política norteafricana. Como bien decía Ignacio Cembrero, hubo un tiempo en el que los viajeros españoles podían recorrer estos islotes. Ya no. En el caso de Perejil, quienes vamos ya cargados de años, recordamos aquellas inolvidables excursiones en barca a la isla, el día de la Virgen del Carmen. Una privilegiada escapada navegando por paisajes paradisíacos que perdimos tras los acuerdos secretos entre Franco y Hassan II de 1963, en virtud de los cuales Perejil pasaba a ser tierra de nadie, libre de toda presencia militar, civil y de cualquier símbolo. Y así fue hasta la bravata marroquí de 2002, volviéndose al statu quo anterior una vez resuelto el conflicto.
La arribada de inmigrantes a los archipiélagos y peñones, casual o no, pone en manos de Marruecos una valiosa carta para sus tradicionales estrategias con España, sabedor del problema que nos podría crear con una dejación por su parte en la vigilancia de sus aguas, no digamos ante un mínimo escollo en las relaciones bilaterales.
Tengamos bien claro, por favor, que el vecino país no aceptará jamás ningún acuerdo con España que pueda significar su renuncia a Ceuta y Melilla. Nunca. Menos aún a cambio de unos peñones de un más que dudoso por no decir nulo interés estratégico si se tiene en cuenta la actual tecnología militar. Y con ellos o sin ellos, que Dios nos coja confesados el día que se resolviera a favor de Marruecos el contencioso del Sahara.
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