PP y PSOE vuelven a arrojarse los trastos a la cabeza con Marruecos como artista invitado. Se afean por su gestión en torno a las relaciones con el vecino mientras hay quien se frota las manos por tan pueril demostración del ‘y tú más’.
“¿Qué se le debe a Marruecos?”, pregunta una senadora popular mientras el buen discípulo de Pedro Sánchez, José Manuel Albares, saca pecho cual legionario para defender los logros conseguidos.
Ese es el nivel de una sesión de control al Gobierno en donde más que encaminar una acción productiva las formaciones se dedican a verificar quién tiene los trapos más sucios para sacar titulares.
Ambos partidos lucen en su historial crisis que nos posicionaron en el peor de los lugares en el escenario internacional, crisis que pudieron llegar a generar conflictos de mayor calado y que dejaron en evidencia el nivel diplomático a pie de frontera. Ni del Perejil ni de la crisis de mayo obtuvimos lecciones productivas de no ser porque otros sacaron las castañas del fuego antes de que se quemaran.
PP y PSOE basan su acción política en recriminarse la gestión desarrollada alcanzando un nivel de torpeza que para sí quisiera cualquier estratega como óptima arma arrojadiza.
Marruecos se frota las manos tras el choque de trenes mientras Ceuta y Melilla quedan como objetivos maltrechos atrapados en una rumorología empeñada en convertirlas en territorios inestables. Una rumorología que se hace fuerte a costa de unas formaciones de implantación nacional acostumbradas más a mirarse el ombligo que a ser espejo de una acción política responsable.