Con mi colaboración del pasado domingo, “Puestas de sol en Ceuta”, aparecía una imagen que, por un disculpable error en la paginación, salió en blanco y negro. Como ni “El Faro” ni yo deseamos privar a los lectores de la belleza de esa instantánea, se reproduce hoy en color, aunque nada tenga que ver con este artículo.
En la reciente historia de España ha habido unos felices años durante los cuales quienes tuvimos el privilegio de tener entonces alguna responsabilidad en la política nacional creímos –inocentes de nosotros- que con una Constitución de consenso en cuya redacción intervinieron todas las fuerzas políticas, desde la derecha hasta el comunismo, se había logrado superar el terrible espectro de la Guerra Civil, de los acontecimientos que la provocaron y de su resultado. Pensamos que se había pasado página definitivamente y que todos los españoles, miraríamos unidos y para siempre hacía el futuro, con el propósito de hacerlo próspero, y conseguir, así, un estado de bienestar que lograra llegar hasta el último hogar de nuestro único e indivisible suelo patrio.
¡Qué cándidos fuimos! Si Adolfo Suárez levantara la cabeza y leyese un periódico actual, sufriría profundamente al ver que sus esfuerzos sirvieron para muy poco. Últimamente ha surgido un rabioso empeño de volver atrás, de renovar el enfrentamiento,de borrar lo bien hecho y de acabar con el principio en el que se basó el espíritu del consenso, un espíritu fundado en considerar que si hubo una guerra, pero que ya no habría ni vencedores ni vencidos. Ese pasado quedaba atrás y solamente miraríamos hacia adelante, para bien de España y de los españoles.
Sin embargo, y ya en el siglo XXI, llegaron a la política nacional unos nietos con ganas de revancha. La cosa se inició con la Ley de Memoria Histórica impulsada por Rodriguez Zapatero, que devolvía a la actualidad aquel doloroso enfrentamiento entre hermanos, resucitando viejos fantasmas nacionales: búsqueda de restos, revisión de callejeros consistente, casi siempre, en quitar los nombres de un bando de la contienda para poner los del otro, o el de alguno de los tan socorridos principios que la izquierda cree que son solo suyos, como –por ejemplo- Plaza de la:Igualdad, todo ello rodeado una y otra vez por la constante exhibición de la bandera republicana.
Se han apropiado de la II República española como si dicho sistema político no pudiera ser más que de izquierdas, creando de él una versión angelical muy alejada de lo que fue, pues cayó en graves errores que reconocieron los propios impulsores de su implantación. El “¡no es esto. no es esto!” que. contrariado por lo que estaba sucediendo, exclamó uno de los mayores impulsores de la República, el filósofo, político y humanista José Ortega y Gasset, y que fue compartido por muchos otros, republicanos o no, resulta demostrativo de que algo importante no funcionó. De todos modos, no es ahora momento de volver la vista atrás. Aquello terminó, como igualmente el régimen autoritario y caudillista que la siguió tras la guerra y que se extinguió hace ya más de cuarenta y dos años, casi medio siglo, periodo suficiente para no tener que estar a estas alturas rebuscando en lo entonces sucedido. Quienes promovieron la contienda o lucharon en ella ya no están entre nosotros o, si acaso, son ahora unos provectos ancianitos en torno a los cien años de edad.
Por añadidura, ha resucitado -cómo no- ese ramalazo anticlerical que se vivió, con extrema dureza, en la época de la II República. No hay dirigente de izquierdas que no tenga algo que decir contra la Iglesia Católica, la de la religión que declara profesar el 70% de los españoles. No les gusta la existencia de colegios concertados, regidos por órdenes religiosas, no les gusta la asignatura de Religión, ya que ven en la doctrina católica un freno para algunos de sus planteamientos. Desean implantar el monopolio de una escuela pública que sirva para adoctrinar a los alumnos en su modelo de sociedad. Lo que ni Franco logró, como los hechos han demostrado tras su muerte.
Para colmo, ha surgido en estos días la voz del más alto dirigente del populismo, cuyo máximo ideal es derogar la actual Constitución de consenso para imponer otra sectaria y laicista. Iglesias (¡qué contradicción entre su apellido y su pensamiento!) arremete contra la Iglesia, y en concreto contra la transmisión de la misa en la segunda cadena de TVE, en la cyal, por cierto, también hay espacios dedicados a otras religiones. Clama enardecido contra las ideas que, según piensa, ordenan los Obispos que sean defendidas en las homilías: matrimonios unisexuales, divorcios, uso de preservativos, aborto, continencia…
Es cierto que la Iglesia defiende unos determinados valores morales inamovibles, pero no lo es menos que, sin abandonarlos, ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, de forma que en las actuales homilías se habla más de la paz, del amor entre todos los seres humanos, de la solidaridad con los que menos tienen, de la acogida a los refugiados y, bajo el pontificado del Papa Francisco, de los problemas que crea el capitalismo salvaje. Quien se manifiesta contra la misa en TVE pretende, en el fondo, la supremacía de un único pensamiento, el suyo, negando una manifestación externa de la libertad religiosa, y, en concreto, la de los cristianos, muchos de los cuales, en pleno siglo XXI, están siendo cruelmente asesinados simplemente por serlo.
Solamente por eso se debería tener más respeto al cristianismo.
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