No ha sido portada Gallardón que llevarse a las pupilas, porque el pederasta a la fuga le ha robado protagonismo. Dicen en La Sexta que son malhablados, que por eso mismo se dilató la captura para obviarlo, como si no lo hubieran hecho ya bastante en su propio partido. No es que me dé pena, más bien lo veo de justicia retributiva, o sea de la que les gusta tanto aplicar a los del ojo por ojo, dimisionado te veo.
Se fue el Rey y se abrió la caza y captura, cayó Bárcenas al pudridero de la cárcel y se nos trastoca Pujol desde su refugio en los Pirineos. Gracia nos hace a los mortales que los del clan le imputen a los bancos andorranos la poca legitimidad que tenían para dar al traste con sus planes pensionarios, gracia de boca mellada por una patada de la desfachatez que tienen algunos , encima mirando la paja en el ojo ajeno y jactándose de ello con el Evole.
Ébola nos viene en ataúdes medicalizados de fronteras escondidas, de cuerpos estigmatizados, no por no haber cura sino por costar demasiado y por apilarse los cuerpos en barriadas marginales a cientos, desposeídos de humanidad y solo llenos de pobreza. Estamos a verlas venir , aguantando el tipo, mirando la niña de la Pantoja y obstruyéndonos las venas cerebrales con dosis ingentes de Gran Hermano, porque a los grandes del cuarteleo imaginativo se les secó la leche de las mamas y se dilapidan en barras por la audiencia. Los guionistas no están en la que trina porque los hay a cientos, parados, esquilmados, rebosantes de ideas, pero no llegan, sino que como los espermatozoides desechados, se quedan en el reflujo vaginal de alguna convocatoria, o en los aledaños, donde los nombres bien sonantes suenan a bolsa llena y a tapas duras , en un planeta editorial que cada vez vende menos. Hay gente ilusionada o más bien ilusionaria, que crea nuevas editoriales y pululan por no desfallecer y brincan por no poder trotar , porque leer es un deporte de minorías que endulza la cabeza pero pone flácido el trasero. No es éste país para avideces lectoras, no es país de metros atestados de libros por los pasajeros, y es raro –en cambio– ver a una mujer inmigrante con un libro posesionado entre las trabajadas manos, tan ajado como ellas mismas. Son reverencia de otros tiempos, lastre de una sociedad que vive más al día que pensando en la filosofía del vivir o la historia de lo vivido, donde las licenciaturas en esas materias no son más que augurio de parados de larga duración o reconvertidos en camareros de temporadas o chicas de biblioteca con sueldo de esclava.
La cultura se ha diluido en la nada como la escapada de Gallardón, la dimisión de bote de leche condensada y la captura del pederasta que hacía que la gente cuidase a sus hijos como siempre los debían haber cuidado. Nosotros, los que somos pelín psicóticos con los niños y no nos gusta que vayan lejos de nuestros cuidados porque vemos pederastas, cosa curiosa, donde los hay, somos especie en peligro de extinción, tanto como los que ven en un libro un amigo que no se queja, que siempre te espera y no conjetura sobre la medida de tus muslos o si te huele el aliento. Los libros no son dimisionables y se van con las hojas al viento, echando la melena atrás de las historias que serán cien veces contadas y aún así serán maravillosamente frescas.
El maldito ébola nos separa y también la cultura, las realidades diferentes, la seguridad social y las cajas mortuorias medicalizadas, los rehenes decapitados y la intransigencia que es al fin el origen de todo. No ha sido el aborto más que una mella en la culata de algún pistolero loco , que sigue por ahí buscando donde hacer otra nueva, donde ponerse el sombrero para empezar a escanciar el té a Alicia y que ésta baile como una profana, en los confines del reino de corazones. Son portadas naturales, la de un pederasta y un político, junto con la de corazón embutida en el medio atrás, en las postrimerías, con la niña apantojada haciéndose su campanario y dando el campanazo la madre con deudas infringidas por los amores tortuosos , de un penado en prisión que limpió, blanqueó y embutió mucho chorizo marbellí, sin picante, sino con fajos, como los andorranos , de 500 euros.
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