El más ingenioso de los Hermanos Marx, Groucho, dejó infinidad de citas para la posteridad. Algunas frases se le atribuyen sin saber con certeza si realmente dijo aquellas palabras. Una de estas citas fue la de asegurar que “la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna...”
El Estrecho, paso y causa de kilómetros de papel manchados de sucesos, también guarda historias donde la felicidad es cuestión de pequeñas cosas. A veces, por la modesta cantidad de 166,386 de las desaparecidas pesetas.
Carmen y sus vecinas salen a tomar “el calor”, como ellas mismas afirman mientras se sonríen en sus butacas playeras a pie de bajada, a eso de las seis y media de la tarde. En la salida a La Ribera, a través de Fuente Caballos, se descubren unas pequeñas casas que estuvieron adosadas al lienzo de muralla de Ceuta, donde vivían familias de pescadores. “Desde aquí veía a mi hijo faenar en una paterita”, dice mientras señala al horizonte donde queda el Mediterráneo bañando las costas de Marruecos. Resulta curioso descubrir la polisemia de las palabras: en la Península, patera se asocia a inmigrantes, a muerte, a noche oscura. A este lado del Estrecho, a la palabra se le añade el sufijo diminutivo para añadirle humildad y cierto cariño a esas tablas que sirven para ganarse la vida con el oficio de Simón Pedro.
Fuente Caballos es un reducto de sencillez y bon vivant que pocos sabrían entender desde la perspectiva consumista de hoy. Las edificaciones son modestas, donde el mismo salón hace de entrada a la vivienda. Los materiales siguen encerrando en ellos un pasado glorioso en el que la durabilidad era más importante que la estética. Entonces no existía la obsolescencia programada. Algunos han redescubierto estas virtudes en las losas hidráulicas -por llamarlas de alguna manera, puesto que ahora se hacen de cerámica- y en el terrazo, la última moda en apartamentos capitalinos donde el gris claro sirve de fondo para obras de arte abstracto.
En las paredes de la casa de Carmen cuelgan fotos de toda su familia -“yo nací aquí mismo, un poco más abajo”- y de su hijo fallecido, al que extraña como el peor de todos sus dolores. Asegura que la vivienda será para su nieto, que es quien se preocupa por ella y le mantiene el pulso agarrado a la vida.
Este lujo que Carmen y sus vecinas se permiten, como fiscales de guardia a la entrada de Fuente Caballos, tiene un precio: el improbable coste de tener que pagarle un euro al mes al Gobierno de la Ciudad por vivir en esas casas. “Eso es lo que me cuesta”, se jacta alegre la abuela orgullosa de poder heredarle a su nieto las vistas al mar. “Pero la luz y el agua se pagan a parte, eh”, aclara para que no haya confusiones.
Según parece, estas viviendas fueron construidas sobre la batería y Puerta de Fuente Caballos, un Bien de Interés Cultural de la Ciudad de Ceuta que data del siglo XVIII. El conjunto se encuentra ubicado en el tramo oeste de las murallas de La Almina. Actualmente, es la salida del recinto amurallado a la playa de San Jerónimo. Según relata la web Patrimonio Cultural de Ceuta, “este tramo tenía un gran valor estratégico, ya que cierra el frente perimetral oeste, entre dos puntos de acceso al interior del recinto, la puerta de Fuente Caballos, situada en su extremo más al sur hasta la puerta del Boquete de la Sardina, situada en el foso de La Almina”.
La calle ahora se divide en dos aceras: la de la izquierda, según se baja, con vistas al mar, las vecinas de toda la vida. A la derecha, sobre la barbacana de la construcción defensiva, nuevas edificaciones de los recién llegados con ventanucos en las partes traseras que permiten otear la costa. Al final de la calle, antes de cruzar el umbral que da acceso a la playa, una capilla sobre la arcada. En ella, el Corazón de Jesús con una inscripción en forja: “venid a Mí”.